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ALCMEON 1

Síndrome de fatiga crónica

Pablo Berrettoni


Alcmeon 1: 87-88, 1990.

Esta enfermedad o grupo de enfermedades recibe las siguientes denominaciones: en Gran Bretaña y Canadá es llamada encefalitis miálgica (myalgic encephalomyelitis-ME), en Japón sindrome de pobreza natural de células matadoras (low natural killer cell syndrome), en Estados Unidos las agrupaciones de pacientes la llaman síndrome de fatiga crónica por inmuno deficiencia (chronic fatigue immune dysfunction syndrome-CFIDS), más conocida como chronic fatigue syndrome (CFS).

La sintomatología abarca: 1. fiebre baja o escalofríos; 2. adenomegalia moderada, blanda e hipersensible; 3. sudor nocturno; 4. diarrea persistente; 5. dolores musculares y articulares; 6. molestias faringeas; 7. debilidad muscular; 8. problemas neurológicos: cefaleas, confusión, pérdida de la memoria, trastornos visuales; 9. Síntomas psiquiátricos: a. insomnio; b. cambios rápidos del ánimo, pudiendo llegar al ataque de pánico; c. descenso de las funciones cognitivas, pseudodemencia; d. disminución de la volición en un 50% con respecto al rendimiento habitual; 10. comienzo rápido de la sintomatología.
En las imágenes obtenidas con SPECT se observa que desciende el flujo sanguíneo en determinadas zonas cerebrales como lóbulos temporales.
Con el BEAM scan la actividad eléctrica cerebral descendió en lóbulos temporales e hipocampos.

Entre las hipótesis etiológicas encontramos: 1. Viral, pues se hallaron anticuerpos contra el herpes virus de Epstein Barr, el agente productor de la Mononucleosis infecciosa, también se hallaron anticuerpos contra: Herpes simple y citomegalovirus, Herpes virus HHV-6, y enterovirus como polio, coxsackie y echo; 2. Teoría de la inmunodeficiencia, donde el "agente x", daña el sistema inmunitario, acudiendo el sistema celular T, quienes liberan citokinas las que provocan la enfermedad; una de las citokinas, la interleucina 2 que se usa en el tratamiento de ciertos cánceres, produce en esos pacientes un síndrome parecido al CFS; 3. De los retrovirus, quienes pueden ser comunmente en los animales, pero tres de ellos han sido hallados en los seres humanos, el HIV notorio productor del SIDA, el HTLV-1, quien produciría leucemia aguda de células T y una cupla enfermedades neurológicas: paraparésis espástica tropical y, tentativamente, esclerosis múltiple, y el HTLV-2 produciría una rara forma de leucemia. Pues bien, estos dos últimos hallados en los pacientes con CFS.
El objeto de esta actualización es enfatizar la diferencia entre estos pacientes y los verdaderos depresivos. Esta última enfermedad presenta básicamente tristeza patológica y pérdida de interés por lo que lo rodea (que no incumba directamente a su temática), en el CFS el paciente mantiene su interés por las cosas pero no puede realizarlas, y secundariamente, reactivamente, puede deprimirse. En tests de exploración de memoria se observa que los pacientes con CFS tiene fallas notorias en la memoria de formacion reciente, mayor que la que pueden presentar los pacientes depresivos. También los depresivos tienden a infravaluar su rendimiento, en cambio los CFS los sohrevalúan .

Bibliografía
Newsweek, November 12, 1990, Nro. 46, pág. 30 a 36.

El discurso del rectorado de Paul Flechsig. (Universidad de Leipzig, 31 de octubre de 1894) (#)
Alcmeon 1: 89-110, 1990

La costumbre de nuestra Universidad obliga al Rector, abusando de la confianza de los Sres. colegas, a la honrosa tarea de pronunciar una conferencia vinculada a su particular disciplina. De tal manera continúo con dicha modalidad intentando llamar vuestra atención, en este digno lugar, sobre una de las cuestiones fundamentales de mi especialidad: el problema del significado del cerebro en las manifestaciones psíquicas.
Mientras exista en la Medicina un pensamiento científico, que tienda a sobrepasar las necesidades prácticas e inmediatas los médicos más importantes de todos los pueblos se preocuparán por indagar los lugares donde lucha el alma sensitiva y donde el espíritu pensante construye la imagen del mundo.

En todas las épocas de auge científico se acomete este problema con renovadas fuerzas, y aún hace poco tiempo, estuvo en el primer plano de la investigación clínica dejándose incluso de lado la legítima criatura de nuestro tiempo, la bacteriología, tan importante para el bienestar corporal.
La Medicina y la Filosofía se han esforzado, desde hace siglos, por conocer las relaciones entre el espíritu y el cuerpo. Los médicos y filósofos, a menudo, no interpretan o niegan la solidez de los conocimientos adquiridos por cada una de ellas.

Cuando observamos desde lo alto de los avances del conocimiento, los caminos que han recorrido ambas ciencias podemos obtener un juicio más claro: la medicina, en todas las épocas, llegó mas cerca del objetivo buscado. Y no tanto porque un pensamiento agudo caracterice a los médicos -¡quién pudiera sostener esto frente a un Aristóteles o a un Descartes!-sino porque el objeto especial de la observación del médico: el hombre en su estado de salud y enfermedad, en su vida y en su muerte, proporciona intuiciones realmente naturales sobre el alma.
Los médicos no deberían desconcertarse cuando, actualmente, un gran número de psicólogos-filósofos censuran y dudan, íntimamente convencidos, de la estructura lógica que une la doctrina médico-cerebral con el psiquismo. O cuando el diálectico de hoy contempla, altanero, al investigador que pretende asignar al alma un lugar especial en el cuerpo.
De hecho esta tendencia puede parecer absurda solamente a quien busca detrás de cada concepto algo esencialmente distinto y propio como son propias las íntimas vivencias que recibe la conciencia individual.

La medicina moderna está completamente alejada, con fundamento, de tales impulsos metafísicos: ella se aplica y considera, exclusivamente, a las manifestaciones psíquicas y sus condicionamientos materiales que se presentan realmente a la observación. Gustosamente, y sin envidia, la medicina cede el lugar a la filosofía en todo cuanto se refiera a la especulación sobre las relaciones inmanentes de la conciencia individual, con la totalidad viviente universal.

Partiendo del hecho de que la conciencia solamente se manifiesta en vivientes y que la única forma de conciencia que realmente conocemos por nuestra propia experiencia -lo que sentimos y representamos- se modifica con los estados cambiantes del cuerpo, explicamos al alma como una función del cuerpo, y a las manifestaciones anímicas como expresiones vitales, como fenómenos que se distinguen, ante todo, de otros de este tipo (especialmente en el sistema nervioso) (#) porque ellos se acompañan, precisamente, con la conciencia.
La medicina, en sus representantes más competentes, concibió a la conciencia como manifestación concomitante de los fenómenos biofísicos pero de ningún modo, sin más, como resultante de los mismos en sentido mecánico.

Que de todas las partes corporales el cerebro tiene las relaciones más íntimas con las manifestaciones psíquicas ya fue enseñado, probablemente por la escuela de Hipócrates, fundándose en la experiencia de que las lesiones y enfermedades del cerebro son las que más afectan al alma.
Desde entonces, los médicos y fisiólogos, en general, están convencidos, firmemente, que la investigación del cerebro, suministra la llave para una doctrina científica acerca del alma, y la Psicología Médica actual no pretende ser otra cosa que una parte de esa doctrina de las funciones cerebrales; ¿qué acontecimientos físicos y químicos participan aquí? Estas son las cuestiones que el médico se propone tratar.
Lo hasta aquí alcanzado no es, por cierto, definitivo en ninguna dirección y es casi mínimo en comparación con la suma de los problemas a resolver. Nuestro saber se limita, en lo esencial, a las relaciones formales; a la forma de los elementos histológicos a los cuales están unidas las manifestaciones psíquicas, a su interrelación, a su localización en el cerebro.
Una reducción a las substancias y fuerzas fundamentales no es, todavía, posible; solamente sabemos acerca de la presencia, en el cerebro, de elementos químicos. Sospechamos que estos elementos se asemejan, en el cerebro viviente, a los cuerpos más complicados de nuestro planeta; pero sólo conocemos, provisoriamente, los productos de descomposición de la substancia psíquica; y aquí se fijan los límites actuales a nuestro conocimiento natural.

La moderna doctrina cerebral afirma que no todas las partes del cerebro son de igual significado para la vida psíquica. Los segmentos distinguibles a simple vista pueden agruparse, sintéticamente, en dos campos principales que se pueden confrontar y denominar como partes cerebrales elevadas o superiores y partes cerebrales profundas.
Las partes profundas del cerebro se intercalan entre los lóbulos cerebrales y la médula espinal y abarcan el bulbo raquídeo con sus partes dependientes (entre ellas el cerebelo y los tubérculos cuadrigéminos) y, por lo menos, una parte de los ganglios corticales.
De todos estos territorios, según la opinión de numerosos investigadores actuales, sólo es capaz de facilitar la conciencia la substancia gris de los lóbulos corticales, la corteza cerebral. Esta afirmación, sin embargo, no ha sido probada definitivamente.

La experiencia suministrada por la patología habla firmemente de que solamente la actividad representativa (la corporal y la del mundo externo) está unida a los hemisferios cerebrales, mejor dicho al cortex cerebri, pero no toda sensación elemental y todo sentimiento. También la patología enseña que las distintas cualidades representativas -por ejemplo las representaciones auditivas y visuales- corresponden aquí a territorios separados espacialmente.

En esta "teoría de las localizaciones" se ha creído divisar, sobre todo desde el sector no médico, una vuelta a la famosa y censurada doctrina de la Frenología, unida, en los comienzos del siglo, inseparablemente, al nombre de F. J. Gall. Más no deja de ser un error creer que la nueva Fisiología cerebral, a través de la designación "moderna Frenología" renuncia al ridículo. No se la rebaja a la Frenología con este agregado sino que, al revés, se cubre el nombre de Gall con un nuevo prestigio.

De ningún modo rehusamos las relaciones con Gall: las nuevas concepciones sobre las funciones cerebrales tienen mucho en común con la vieja Frenología la cual se basa en observaciones concretas. Pero Gall no es el padre de la moderna fisiología cerebral: es solamente el precursor. Sin duda de un talento no común. Para captar su significado real no debemos descuidar, entonces, el estado de la doctrina cerebral previa a su actuación.
Todavía dominaba, en su tiempo en amplios círculos, la teoría cartesiana acerca del sitio de ubicación del alma. Las construcciones científicas de Descartes habían tratado de ser explicadas, hace casi cien años, por el famoso anatomista Soemmerring -apreciado y valorado aun hoy con todo derecho- con el auxilio de una original concepción. Y nada menos que Kant había tomado parte en esta honrosa empresa con inspirada aunque irónica crítica.

Enseñaba Soemmerring que todos los nervios sensitivos y motores terminaban y nacían en la pared de las cavidades ventriculares, en el interior del cerebro. Y el vínculo material que unificaba mejor a todos estos aparatos separados entre sí no era otro que el contenido de estas cavidades: únicamente el liquido cefalorraquídeo podía ser el integrador de ellos, o sea, ser el "alma".
Frente a esta concepción aparece, como un importantísimo avance, la doctrina de Gall: las circunvoluciones cerebrales representaban el substrato más importante de la actividad psíquica (#). Exclusivamente en esta intuición fundamental, como así también en su proposición de que las circunvoluciones cerebrales no tienen todas igual valor psíquico, se acerca Gall a la moderna teoría de las localizaciones cerebrales.

En cambio, debe rechazarse todo parentesco entre la teoría moderna y sus opiniones sobre las facultades anímicas individuales y sus veintisiete órganos cerebrales. Lo mismo ocurre con su doctrina craneal en la especial forma que le dió, pero sigue, en cambio, la posibilidad de encontrar una forma exacta para la misma.

Igualmente es valioso el aporte del fisiólogo Flourens (1842) para la superación de la Frenología. Representábase al alma, igual que Soemmerring, como una esencia unitaria y esta idea influyó decisivamente en la interpretación de sus experimentos en animales. Enseñó que después de la pérdida de la corteza cerebral el animal está privado de todo aquello designado como percepción y voluntad; cada porción de la masa cerebral repercute en todas las funciones psíquicas, tanto en la representaciones auditivas, como visuales u olfatorias. Había sólo una relación porcentual entre el tamaño de una ablación y el grado de trastorno psíquico. No existían las localizaciones cerebrales.
Las concepciones de Fluorens dominaron la fisiología casi durante toda una generación. Finalmente, se mostraron incompletas y erróneas. En su aplicación a los humanos los patólogos las aceptaron con cierta oposición. Ya antes de Flourens la atención de los médicos fue dirigida hacia aquel particular cuadro patológico que actualmente llamamos afasia, es decir, la incapacidad de expresar el contenido del pensamiento por el lenguaje articulado sin que existiesen parálisis de los músculos del lenguaje ni debilidad mental.

Posteriormente a Gall, y a su discípulo Bouillaud, se reconoció que alteraciones circunscriptas de la corteza cerebral producían, especialmente en la región frontal, estados semejantes a las susodichas afasias.
El médico francés, Marc Dax, encontró que las afasias sólo se producían por la enfermedad de la mitad izquierda de la corteza cerebral. Finalmente, pudo proponer Broca, en 1863 (#), a la tercera circunvolución frontal como específica para el lenguaje articulado afirmando que en los diestros (alrededor de un 98% de todos los hombres) la tercera circunvolución frontal izquierda participaba activamente en el hablar; mientras que en los zurdos los hechos se invertían.

Ahora conocemos muchas subformas de afasia; frecuentemente el lenguaje no está totalmente suprimido sino parcialmente alterado ya sea que se lesione sólo el lenguaje expresivo o también la escritura; o bien que falle la memoria de los nombres (#) o la formulación sintáctica

En los casos de afasia de ningún modo ha participado solamente la tercera circonvolución frontal... otras veces la afasia se produce por lesiones de las zonas temporales y todavía otras en las porciones parietales.
Es imposible tratar en este lugar, todas las experiencias respectivas que acumuló la actividad médica, pero ellas prueban que no todas las regiones cerebrales tienen el mismo valor en cuanto a lo psíquico.

Y ello se certificó, en forma convincente, desde una segunda serie de experiencias patológicas las cuales mostraron las relaciones de determinados territorios de la corteza cerebral con las impresiones sensoriales y los movimientos voluntarios.
Puede asegurarse, actualmente, que en los campos posteriores de la corteza cerebral se encuentra un lugar cuya alteración anula totalmente las sensaciones visuales: "vemos" con la parte posterior de la corteza cerebral.
De la misma manera puede probarse clínicamente que la audición está afincada en la región temporal, el olfato en la parte baja de la corteza cerebral, el sentido del tacto en el campo frontal alto y en la parietal anterior.
En la afección de estas regiones sensoriales se presentan, también, muchas veces, alteraciones de los movimientos; por ejemplo, en la lesión de la zona cortical del sentido del tacto pueden observarse trastornos del movimiento en aquellas partes dotadas de especial y fino sentido táctil como son el brazo y las manos; en las lesiones cercanas a la esfera visual, desviaciones de la posición de los ojos...; es decir, aparecen anomalías de los movimientos que están al servicio de la captación de las impresiones sensoriales. (#)

En cambio, los movimientos de la totalidad del cuerpo, de traslación, de defensa, etc., son abolidos permanente y completamente por las enfermedades que también afectan a las partes profundas del cerebro o, al menos, alteran su actividad.

Si la patología, en un tiempo relativamente corto, alcanzó tal amplitud no fue al fin y al cabo por su propia fuerza: los médicos prestaron atención a las regiones cerebrales recién después de los experimentos en animales (#) . La fisiología experimental entró en una nueva época cuando comenzó a aplicar la corriente galvánica en la superficie del cerebro animal (Fritsch e Hitzig, 1870).

Y aquí se demostró, recién, un valioso resultado: solamente la estimulación de ciertas regiones específicas provocaba determinados movimientos corporales estableciéndose una estrecha relación entre lugar estimulado y movimiento corporal obtenido.

La fisiología no se refirió, de ningún modo, en estos primeros experimentos fundamentales, al ámbito propiamente psíquico. Solamente descubrió, como ahora sabemos, el origen de los rendimientos motores en la corteza cerebral. Pero, de todos modos, la prosecución de estos experimentos condujo, más y más, al reino de las manifestaciones psíquicas: Ferrier produjo en 1873, por estimulación farádica de la superficie cerebral, movimientos que llevaban en sí mismos carácter de intencionalidad, de finalidad; movimientos corporales como los que ejecutaba un individuo sano para investigar según sus atributos sensibles, es decir tocando, mirando, oyendo u olfateando el mundo exterior.

Se logró, además, a través de extirpaciones sistemáticas de circunvoluciones específicas (la obra de Munk y continuadores) las mismas alteraciones de la actividad sensorial que más tarde se conocieron en el hombre (las agnosias sobre todo). Y aunque en la descripción del alma animal desorganizada la fantasía de algunos fisiólogos los alejó de la realidad, todavía son de incalculable valor los hallazgos obtenidos.

Finalmente, un fisiólogo renovador, Goltz (1834-1902), retomó y enriqueció los caminos que había seguido Flourens a quien tantas valiosas intuiciones debe la doctrina cerebral; al mantener con vida a un perro privado de su cerebro, Goltz pudo comprobar, con más precisión que Flourens, cuáles rendimientos dependen todavía de las partes profundas del cerebro.

Goltz demostró claramente que de ningún modo el mamífero sin corteza cerebral está desprovisto de todas las funciones psíquicas. El animal decorticado no es una máquina absoluta y sin voluntad, en el sentido de Flourens, aunque esté privado de todo aquello que se refiere a su memoria y reflexión, aunque sea incapaz, por sí mismo, de encontrar, con ayuda de sus sentidos, los objetos externos necesarios para satisfacer sus necesidades corporales.

El animal puede, todavía, realizar movimientos de desplazamiento y mantenerse de pie. Se moviliza a través de estímulos externos como, por ejemplo, presión, luz intensa o ruidos estremecedores, y con expresiones donde podemos adivinar o sospechar displacer o incomodidad. Se enfurece, muerde y aulla cuando es levantado en el aire desde el suelo firme, y lo que parece aun más significativo, la falta de alimentos, lo que nosotros sentimos como hambre, pone en intenso movimiento a todo su cuerpo. Al alimentarlo suficientemente vuelve la tranquilidad y aparece un gesto de satisfacción que se dibuja en su rostro.

En otras palabras las necesidades corpóreas actúan impulsivamente sobre la totalidad del cuerpo aún sin la presencia de la corteza cerebral y ponen en acción a los aparatos específicos que sirven a la inmediata satisfacción de los instintos. Si estos son satisfechos desaparece la intranquilidad y un sereno dormir, aparentemente sin sueños, abraza al cuerpo hasta que intensos estímulos externos o la falta interna de alimentación inciten nuevamente a la conciencia o al menos provoquen las respectivas expresiones.

El importante valor de estos experimentos no consiste en mostrarnos el estado de la conciencia después de la pérdida de la corteza cerebral: acerca de esto no sabemos nada! Sin embargo, nos muestran, claramente, el poder y la independencia de los instintos corporales suministrándonos los primeros elementos para un análisis exacto de las actividades animales y enseñandonos que tales actividades primitivas instintivas nada tienen que ver con el "espíritu ".

Numerosas observaciones enseñan que estas relaciones pueden también trasladarse al hombre. Por de pronto al niño recién nacido. Especialmente cuando ha venido al mundo prematuramente, con una corteza cerebral totalmente inmadura, casi completamente desprovista de substancia blanca, y, además, químicamente distinta a la corteza del adulto. El hombre se parece, al comienzo de su existencia terrenal, a un ser descorticado.
Sin embargo, ya desde el primer suspiro, los instintos son poderosos; el cuerpo procura, gritando, satisfacer sus necesidades, no conociendo nada más que esta tarea, que, por otra parte, es la más importante para la posibilidad de la vida en general. Si los instintos son satisfechos el cuerpo no es alcanzado por el displacer de los estímulos externos, desapareciendo también, regularmente, los signos de la conciencia. El dominio absoluto de los instintos inferiores se introduce ampliamente en la vida; durante mucho tiempo los órganos de los sentidos están al servicio de estos instintos atisbando sólo la oportunidad para su satisfacción y muchos individuos no conseguirán ir mucho más lejos...

Las experiencias patológicas en el hombre adulto confirman la validez de las observaciones de Goltz en los animales. Conocemos numerosos estados en que parece apagarse completamente la conciencia del mundo exterior y de la propia persona, y, sin embargo, el cuerpo ejecuta movimientos que sirven para expresar sentimientos vitales.

Incluso hay movimientos regulados del conjunto corporal y hasta actividades dificultosas y peligrosas donde no puede probarse la existencia de algún componente de conciencia.
Sin embargo, para penetrar y profundizar en estos hechos, como en las manifestaciones conducentes hacia los fundamentos del carácter (#) , es necesario, ante todo, echar un vistazo hacia otro grupo especial de hechos que brinda la moderna ciencia cerebral; hacia las nuevas investigaciones sobre la estructura interna del cerebro como sobre la división e interrelación de sus partes.

La anatomía cerebral se presenta al profano como algo extraño y poco digno de atención. Sin embargo, no sospecha ni repara en que en ella yace la llave para la interpretación natural de la acción espiritual o psíquica y que la totalidad de lo cultural depende exclusivamente de nuestra organización cerebral. En la estructura misma del cerebro se refleja gran parte de sus rendimientos, reconocibles en forma clara y precisa.

La anatomía muestra, con precisión, aparatos o sistemas presentes en las partes profundas del cerebro los cuales reflejan, desde lo interno hacia lo externo, casi automáticamente, los estados generales del cuerpo. Por ejemplo, el cerebelo recibe, ininterrumpidamente, cada cambio de posición de las partes movibles del cuerpo, con ayuda, ante todo, de los músculos, tendones, articulaciones y conductos semicirculares registrando, permanentemente, un cuadro estático y mecánico de la corporalidad por lo que no nos debe asombrar que se realicen movimientos finalistas, totalizantes, sin la participación de las percepciones de los sentidos externos.

El bulbo raquídeo está unido a nervios cuya tarea específica es indicar la falta de alimentos, de agua, de oxígeno, es decir cambios químicos, haciéndolos conscientes a través de las sensaciones localizadas de hambre, sed y angustia.

Para la colaboración de los fenómenos psíquicos es decisivo el mecanismo del propio cerebro. Hasta hace pocos decenios faltó un método para distinguir una de las otras, y con precisión, los millones de células y conducciones nerviosas que componen este órgano. Actualmente poseemos tal procedimiento y sobresale, ante todo, lo vinculado al método que explica el plan general del desarrollo, o, en otras palabras, la historia del desarrollo, no de la historia del desarrollo de la primera formación, no de las transformaciones primitivas (Ontogenia) sino de la historia de cómo se va completando, posteriormente, la estructura interna.

Todos los otros métodos de investigación, especialmente los que se basan en ciertos estados degenerativos, pueden servir solamente como complemento para la investigación de la historia del desarrollo que utiliza, de hecho, una natural "autodisección" del cerebro.

Con el método del desarrollo o proceso de la mielogénesis se marcan nítidamente las líneas fundamentales que enseñan que cada componente del mecanismo cerebral madura uno después del otro emergiendo y entrando en acción, al mismo tiempo que la estructuración cerebral, las totalizantes ideas del llegar a ser y del crecer (#) propias de la conciencia individual.

Mientras que las partes profundas del cerebro, representantes o asiento de la acción de los instintos, ya en el nacimiento han terminado su desarrollo, en el niño recién nacido bien a término, están listas y maduras sólo unas pocas conducciones nerviosas que unen exclusivamente las partes sensibles de la corporalidad interna -especialmente los músculos y algunos pocos instrumentos de los sentidos- con el nudo central de la conciencia: la substancia gris de los hemisferios.

Una conducción sensitiva tras otra avanza hacia la corteza desde la superficie corporal especialmente el sentido del olfato primero, para la elección del alimento, y finalmente, el sentido auditivo. Ello muestra claramente que ciertas regiones de la superficie cerebral no son otra cosa que puntos finales de las conducciones sensoriales, la terminación final e interna de los nervios sensoriales; la patología demuestra que la destrucción de estos órganos centrales sensitivos trae como consecuencia la "ceguera cortical", la "sordera cortical", etc.

Después que los conductores sensoriales del niño terminan en la corteza cerebral, comienzan a desarrollarse, desde allí, nuevas vías en sentido inverso algunas se abren paso a través de las regiones cerebrales profundas, y, en parte, llegan hasta la médula espinal junto al origen de los nervios del movimiento, y así se arma una superficie sensorial tras otra con conducciones hacia los aparatos motores, especialmente los vinculados con los instrumentos sensoriales periféricos, ante todo el sentido del tacto, a cuyo servicio se encuentran en el hombre cientos de miles de conductores aislados a fin de facilitar el movimiento de los músculos recubiertos por la superficie táctil de la piel (#) .

Ya el fuerte desarrollo de los órganos internos del tacto y de la captación influye visiblemente en la forma general del cerebro humano como así también en su capacidad de rendimiento intelectual.
La superficie final de los sentidos externos en la corteza cerebral se halla también en relación con los diferentes puntos de ataque de los impulsos corporales, a través de conducciones nerviosas que posibilitan una mutua influencia entre los instintos y las impresiones externas.

Si entre estas conducciones se intercalan los ganglios corticales, como yo supongo, podríamos considerar que el sentido auditivo adquiere una posición muy particular pues son muy escasas las relaciones de este sentido con los ganglios basales; y tal vez de ello dependa el carácter especial de las impresiones auditivas que determinan que la música sea el intermediario ideal para el elevado plano de lo espiritual (#) . Por el contrario, el sentido olfatorio (#) y sus centros corticales, tan unidos y estrechamente conectados con los instintos inferiores, mantiene las más estrechas relaciones con los ganglios cerebrales

La zona correspondiente al sentido del tacto en el territorio frontal alto y el parietal anterior se muestra como formando parte de un gran campo cortical relacionante, en el cual el cuerpo se refleja en toda su extensión, y desde el cual también pueden ser provocados -tanto refleja como voluntariamente- todos los movimientos que sirven a la satisfacción de los instintos corporales (tragar, masticar, respirar, como trasladarse o captar objetos externos).

En esta zona yacen, apretadamente, junto al origen de la mayoría de las vías psicomotoras, las estaciones terminales sensitivas-táctiles que permiten obtener y configurar la corporalidad in toto o la posición de cada una de las partes aisladas del cuerpo. Enfrentamos una región ligada al fundamento esencial de la autoconciencia, a la conciencia misma del propio cuerpo.
Se debería otorgar a esta gran zona cortical, que aventaja ampliamente en extensión a todos los otros centros sensoriales, el nombre de "esfera del sentimiento corporal"; esta esfera, por su extensión, se distingue nítidamente de los centros sensoriales que reciben otras impresiones externas, como, por ejemplo, la esfera auditiva.

De esta manera el cuerpo está doblemente representado en el cerebro, por un lado en sus partes profundas (#) donde los instintos corporales primitivos se automatizan y reflejan, y, por otro lado, en la corteza cerebral, o sea, en la esfera de los elevados procesos psíquicos donde intervienen, al mismo tiempo, los sentidos internos-nacidos en tendones, músculos, articulaciones y órganos viscerales que permiten que el cuerpo se sienta directamente- y los sentidos externos, que transforman dicho cuerpo en un objeto representable.

Si se procura abarcar la extensión general de las funciones psíquicas que están ligadas exclusivamente a las superficies sensoriales internas no se debe dejar de lado que en los adultos psíquicamente sanos todas las impresiones sensoriales se unen, inmediatamente, con numerosos recuerdos; sólo a través de esta unión entre impresiones y recuerdos nacen las representaciones y sólo de ella surge la recta interpretación de nuestras impresiones sensoriales.

Impresiones sensoriales puras sin rememoraciones, sin recuerdos, se presentan raramente en los individuos psíquicamente normales, mientras que no son raras en las alteraciones patológicas de la conciencia.
Dado que en el hombre los recuerdos no desaparecen regularmente y en gran número cuando se enferman sólo los centros sensoriales, no podemos adjudicar a estos últimos la capacidad de intervenir por sí mismos, en todos los recuerdos junto a las impresiones sensoriales; sin duda intervienen en la representaciones como nosotros las encontramos en la conciencia bien formada, la esencial parte de la cual, la que aparece nítida y claramente (es decir, la impronta de la energía específica), determina que podamos designar a las superficies sensoriales de la corteza cerebral también como centros de percepción

Sin embargo, en estas percepciones no es digno de valor sólo la nitidez sensible sino también la mayor o menor confluencia de numerosas sensaciones elementales que se "unifican" en una imagen psíquica de tal forma que ya aquí surge "la actividad unificante del alma".
Para la exacta significación e interpretación de las impresiones sensoriales, para su elaboración espiritual, se debe considerar, al menos en igual medida, un segundo grupo de territorios de la superficie cerebral el cual puede delimitarse con precisión a través de las investigaciones en el niño. Solamente un tercio de la corteza cerebral está en unión directa con las conducciones que llevan las impresiones sensoriales a la conciencia y estimulan a los mecanismos del movimiento, los músculos: dos tercios nada tienen que ver con ello directamente: poseen una significación distinta y más elevada (lo subrayado es de Flechsig).

La investigación microscópica puede reconocer, hasta cierto grado, en qué forma está constituída esta segunda clase de corteza. Mientras que cada centro sensorial de la corteza cerebral posee una característica estructural especial que en algunos claramente recuerdan al subordinado aparato sensorial periférico, los centros superiores presentan un sello más unitario, un tipo más parejo de estructura microscópica, si bien ellos se extienden por las más diferentes regiones de la superficie cerebral. Llamo a estos centros -para ser más comprensible que anteriormente, cuando los denomine psíquicos- "órganos del pensamiento", contraponiéndolos a los centros de los "sentidos internos".

Estos centros superiores constituyen gran parte del lóbulo frontal incluyendo el lóbulo orbitario, gran parte del lóbulo temporal y occipital, un gran territorio en la región parietal posterior, y finalmente, la oculta ínsula de Reil (#) en la profundidad del cerebro.
Por lo tanto existen algunos extensos territorios bien separados y deslindados en el cerebro humano que nada tienen que ver, directamente, con las impresiones sensoriales externas o internas ni tampoco con los impulsos generadores de los movimientos.
La actividad de estos especiales centros parece estar dirigida completamente hacia la interioridad.
Pero estos centros ofrecen también otras particularidades las cuales, desde un principio, señalan su elevada y espiritual importancia.

Después de un mes del nacimiento estos centros están todavía inmaduros, totalmente desprovistos de substancia blanca, mientras que los centros sensoriales ya han madurado cada uno por sí mismo y en forma completamente independiente de los otros.
Recién cuando concluye la estructura interna de los centros sensoriales comienzan a movilizarse, paulatinamente, los centros psíquicos o espirituales y se advierte cómo empujan y se introducen numerosas fibras blancas en los centros psíquicos desde los centros sensoriales, conducciones sensoriales que se van relacionando y acercando unas a las otras para terminar, apretadamente, en la corteza cerebral de los centros psíquicos. (#)

Los centros psíquicos son, por consiguiente, aparatos que reúnen la actividad de varios órganos sensoriales internos (como así también externos) en unidades de jerarquía más elevada.
Ellos son centros de asociación de impresiones sensoriales de diferente cualidad (impresiones visuales, auditivas, táctiles, etc.) y aparecen también como el substrato de una "coagitación" (#) como proféticamente la lengua latina designó al pensar: de ahí que también puedan ser llamados centros de asociación o de "coagitación".

Esta hipótesis, nacida como resultado directo del estudio de la estructura anatómica, fue considerado como insuficiente al no constar las comprobaciones de la experiencia clínica: sin embargo, la misma ha dado suficientes pruebas de su exactitud.
La enfermedad de los centros de asociación es lo que, ante todo, produce las enfermedades mentales: ellos son el objeto propio de la psiquiatría. Los encontramos alterados en aquellas enfermedades cuya naturaleza se nos presenta con la mayor claridad porque el microscopio nos permite reconocer, célula por célula y fibra por fibra, las alteraciones fundamentales en que se basan. Y así podemos directamente demostrar qué consecuencias tiene para la vida psíquica la desorganización de algunos, muchos o de la totalidad de sus elementos constitutivos.

En una confusión mental falta precisión a los pensamientos y el espíritu produce extrañas imágenes al ser excitado patológicamente, y pierde completamente la capacidad de utilizar el pasado y anticipar las consecuencias de las actividades cuando aquel espíritu es aniquilado.
Los centros de asociación son los portadores de lo que llamamos experiencias sabiduría y conocimiento y de lo que denominamos hipótesis y sentimientos superiores, en parte, también, del lenguaje.
Y todo esto puede ser anulado de golpe cuando los venenos borran la excitabilidad de aquellos centros psíquicos.

La doctrina de los centros "psíquicos" es todavía tan joven que difícilmente puede aclararse su significado en todos los casos individuales.
La formación de la Psicología en el futuro dependerá, esencialmente, del análisis de la actividad de estos centros psíquicos. Y, entonces, se conocerá cuántos órganos anímicos tiene el hombre. Una Psicología que pretenda ser exacta no podrá ignorar el hecho de que la corteza cerebral humana se compone de por lo menos siete territorios anatómicamente bien delimitados como los continentes y mares de la superficie terrestre.

El órgano del alma muestra claramente una composición colegiada; en dos cámaras se ordenan sus consejeros, pero sus miembros no llevan los nombres de la vieja frenología como, por ejemplo, amistad, amabilidad, chiste, habilidad, y otros, sino que, por una parte se denominan de acuerdo a los sentidos con los que se relaciona: esferas visual, auditiva, olfativa, gustativa, táctil, corporal (#) , y, por otra, se distinguen como centros de la "coagitación" o de "asociación". Estos últimos aguardan, todavía, otras designaciones especiales relacionadas a sus funciones específicas.

Por el momento los separamos, según su ubicación, como centros de asociación frontal o anterior, insular o medial, parieto-temporo-occipital o posterior. Dado que éste último es el más extenso y se extiende sin límites precisos por la superficie de los lóbulos parietal, occipital y temporal se lo puede designar, sintéticamente, como gran centro de asociación posterior. Estos centros no tienen el mismo valor desde el punto de vista psíquico. Su distinta situación respecto a los centros sensoriales individuales, acarrea ciertas particularidades: el centro de asociación posterior se intercala entre la esfera óptica, acústica, táctil (esfera del sentimiento corporal). Mientras que el centro de asociación anterior se interpone entre la esfera del sentimiento corporal y la esfera del olfato (probablemente también la del gusto) y el centro medio entre la esfera auditiva, olfatoria y del sentimiento corporal (esfera táctil).

La observación clínica muestra que en las lesiones del gran centro de asociación posterior desaparece la capacidad de nombrar correctamente los objetos externos, vistos o tocados, y, eventualmente, en las lesiones bilaterales, la correcta significación que permita la justa representación del mundo circundante.
En cambio, las lesiones bilaterales del centro de asociación anterior determinan un cambio en la representación de la propia persona como un ser capaz de la actividad y proclive a intervenir personalmente en los sucesos externos o internos, participación que puede llegar a perderse totalmente.

Los centros de asociación del hombre superan considerablemente, en masa y superficie, tanto absoluta como relativamente, a los más evolucionados animales especialmente a los monos antropoides. El hombre debe su superioridad espiritual primariamente a estas partes especiales del cerebro, y entre ellas, sobre todo a su gran centro de asociación posterior (#) el cual lo habilita para asociar y expresar con palabras todas sus intuiciones; pero su capacidad para pronunciar estas palabras depende del desarrollo más acentuado de su tercera circunvolución frontal (parte también de la esfera de la corporalidad) que no se encuentra tan desarrollada ni en los monos más elevados.

En qué medida el gran desarrollo del centro de asociación frontal participa en la superioridad espiritual del hombre sólo podrá ser definido cuando podamos aclarar el conjunto de las producciones psíquicas unidas a esta región cerebral; entre otras cosas debemos acá pensar en la atención (#) que, por motivos personales (es decir voluntariamente), dirigimos hacia el mundo exterior y que en las lesiones bilaterales se pierde regularmente.

En los complicados rendimientos psíquicos actúan conjuntamente todos los centros asociativos y sensoriales que están unidos a través de numerosas fibras nerviosas. La substancia blanca de los hemisferios consta de millones de conductores, de alrededor de miles de kilómetros, los cuales unen entre sí a los centros sensoriales, a estos con los centros psíquicos y a los últimos nuevamente entre sí; y de esta mecánica resulta la unidad de las conducciones cerebrales.

Como la lesión de los centros asociativos o psíquicos determina, en general, una marcada disminución de la memoria es lógico que deberíamos buscar en ellos por lo menos gran parte de los elementos nerviosos que tienen la capacidad de atesorar las impresiones sensoriales; y podríamos preguntarnos hasta qué punto, con nuestros métodos actuales, físicos o químicos, seríamos capaces de hallar las huellas de las anteriores impresiones sensoriales. Que los "rastros" mnésicos son de naturaleza material surge del simple hecho de que los elementos químicos, por ejemplo el alcohol (#) , los hacen desaparecer, sea temporaria o permanentemente, y que esto último se produce inevitablemente cuando un veneno provoca la desaparición de gran parte de las células ganglionares y fibras nerviosas de la corteza cerebral.

Colocamos las huellas de la memoria fundamentalmente en las células ganglionares porque estas son proclives, según la experiencia, a almacenar estímulos y cargarse de fuerzas tensionales, bajo la forma de reservas materiales, pero debemos confesar que no podemos examinar una célula para observar si realmente encierra rastros del recuerdo y de qué calidad son los mismos o si una misma célula puede registrar ya sea la representación del Sol o bien la de un acorde musical.

Nosotros estamos todavía infinitamente alejados de aquel momento en que la Psicología pueda calcular el número de células que intervienen, al mismo tiempo, en una determinada representación. Debemos sospechar, entonces, que podríamos diferenciar miles, cientos de miles e incluso millones de representaciones.
Mientras no podamos aportar la cantidad de elementos nerviosos participantes en una sola representación, nos encontraremos frente a una segunda barrera del conocimiento natural la cual imposibilita transmitir en fórmulas matemáticas los movimientos moleculares cerebrales que acompañan a un suceso psíquico y poder responder al problema del paralelismo psico-físico.

La anatomía microscópica ya hace mucho tiempo negó la fisiología elemental; tampoco señaló dónde se encuentran las huellas de la memoria ni enseñó cuáles elementos del cerebro permitían intervenir en la conciencia; cuáles participaban especialmente en las representaciones y cuáles en los sentimientos y, dudando, preguntamos si alguna vez alcanzaremos dicho objetivo también por los métodos físicos y químicos de la investigación.
Pero lo que con seguridad sabemos es que las huellas de la memoria depositadas en los elementos cerebrales están en relaciones más o menos firmes unas con otras; la memoria está orgánicamente dividida en innumerables partes bien separadas y las mismas huellas mnésicas son únicamente particularidades de su organización.

La conexión de los recuerdos en la base de todo pensamiento ordenado depende, en última Instancia, de las propiedades del mundo exterior, de la totalidad del mundo; mientras los procesos naturales transcurren regularmente se repiten series y grupos de impresiones sensoriales a menudo en la misma combinación y lo que coincide, es decir, la acumulación de impresiones iguales, deja atrás, especialmente, firmes y cerradas huellas mnémicas; mientras que las manifestaciones reunidas por un azar anárquico sólo quedan laxamente unidas entre sí, a causa de su rara repetición.

Igualmente expresó Hermann von Helmholtz (1821-1894) en su última disertación, con la misma perfección y simpleza de la Naturaleza creadora, la convicción de que todo nuestro conocimiento claro y nítido del mundo exterior depende sólo de las impresiones sensoriales y del trabajo inconsciente de la memoria. Este es, seguramente, el resultado final de las altísimas reflexiones del investigador por excelencia (#) , fallecido hace pocas semanas y cuya irreparable pérdida lamentamos profundamente junto a todo el mundo civiIizado.

Cuando su espíritu ha intuído de tal manera, y con tanta claridad, las leyes que rigen el reino de la realidad, uno se alegra al contemplar en sus obras inmortales, en gran parte, el resultado de tales elementales procesos. Entonces, no tenemos reparo, según nuestra experiencia médica, en relacionar también los conceptos (formados por la separación consciente de las observaciones, sobre todo los complejos vinculados estrechamente a la palabra) con una forma especial de organización de las huellas de la memoria. Sin embargo, los conceptos se dispersan totalmente, como las representaciones objetivas, cuando se enferman los centros psíquicos. Es de gran interés la cuestión de las fuerzas físicas que permiten a las huellas de la memoria llegar a ser, nuevamente, representaciones y manifestaciones conscientes. Por lo general, se atribuye aquí gran significación a las impresiones de los sentidos, las impresiones del mundo exterior, las cuales evocan, de hecho, a las ininterrumpidas huellas de la memoria. No debemos olvidar, en este momento, otros importantes factores: la fantasía vivaz o la meditación producen, en estados de excitación, impresiones externas que pueden inducir ciertos sentimientos y hasta impulsos instintivos.
Lo que excita no sólo agrada sino que también pone en vigoroso movimiento a las representaciones. Pero también, desde el interior, y como por encanto, surgen representaciones agradables o no y de contenido semejante a los instintos sexuales, al hambre, sed, angustia y muchos otros sentimientos corpóreos. Aquí se nos presenta entonces, un segundo factor que ordena nuestras representaciones; un factor en el cual se basa una parte esencial, de ningún modo la peor, del Arte y de la Poesía, como también de los sentimientos corporales y de los sentimientos de ánimo: las particulares y fundamentales fuerzas de la fantasía.

Precisamente se muestra su poder, de modo horrendo, en el mundo de las ideas de los enfermos mentales cuando la excitabilidad de los centros psíquicos se eleva excesivamente, cuando los caminos de las huellas de la memoria se estimulan con facilidad. Sin intervención de la reflexión consciente constitúyense así escenarios y formas de efecto estremecedor, de fuerza trágica, plenas de efecto angustiante; así como la angustia se pinta y dibuja en los rasgos fisonómicos, e influye en la plástica corporal también modela los contenidos de la memoria creando aventurados errores imaginativos y nuevas creaciones espirituales como nunca las vio el verdadero ojo del mortal. Algo semejante presentan también los sueños de los estados patológicos o de debilidad mental.

Los sentidos aparecen aquí sólo como ayudantes subordinados a los instintos corporales, como peones que arrastran, desde antiguo, el material expresivo para los sentimientos; pero del cuidado y del esmero de su trabajo previo, de la captación precisa de la realidad dependerá la perfección artística de la imagen de la fantasía; y la fantasía trabaja tanto más unitariamente cuanto más esmeradamente se administre el material sensible y se ordene según categorías sentimentales.
Pero también en las grandiosas construcciones de la fantasía se trata, en parte, de simples procesos mecánicos; aquí participan, nuevamente, vías de conducción, fibras nerviosas que ponen en comunicación los mecanismos de los sentimientos corpóreos con las centrales de la memoria organizada, o sea, con los centros de asociación.

Además, los nervios que llevan a la conciencia los instintos sensibles avanzan hasta la corteza cerebral y penetran en los centros sensoriales, posiblemente en la esfera de la sensibilidad corporal (#) ; aquí contactan vías nerviosas que confrontan las estimaciones y estimulaciones del mundo exterior con aquéllas que traen las necesidades nacidas en la interioridad corporal y que se hacen conscientes bajo la forma de impulsos. Y ambas estimulan sin distinción, y desde estos altos puntos de acción, la actividad de los aparatos de la motilidad por una parte y, por la otra, la actividad de los centros psíquicos. Y quizá en esto se base el misterio de la expresión de los ojos en la cual se pueden reflejar innumerables matices de la sensibilidad.

Pero las conducciones entre los centros instintivos y las regiones espirituales del cerebro no están meramente destinadas a sublimar y revestir lo sensorial con las representaciones, ni tampoco a facilitar la satisfacción que produce la percepción de apropiados objetos, pues, una vez que los instintos corporales excitan la corteza comienzan -vía del camino asociativo y con la participación de los sentidos externos- aquellos cambios, aquella faena de las representaciones que nos hace percibir, explicar y concebir nuestra propia conciencia como una lucha entre lo sensorial y la razón.
Junto a las representaciones impulsivas se presentan otras que van unidas a sentimientos inhibitorios de tal modo que algunas imágenes mnémicas que evocan los instintos adquieren una elevada significación ética.
Por esta razón, cuando se paraliza la fuerza de los centros espirituales los instintos son despojados, obligadamente, de todo carácter ideal y en la lucha entablada entre los influjos estrictamente sensibles y los sentimientos morales sucumben estos últimos.

Al desaparecer esta contención pasan a dominar las pasiones ocupan un primer plano los impulsos profundos, la ira, el furor, la angustia y muchas otras emociones predominan victoriosas largo tiempo hasta que los mecanismos, que a ellas se anexan, devienen funcionalmente incapaces. Ya en el alcoholista consuetudinario se nos muestra este repugnante cuadro del hombre enfermo en sus más nobles regiones cerebrales y, mas aún, en las graves enfermedades de las esferas intelectuales (#) , por cierto con la salvedad de que el vigor sensible presupone, también, una poderosa vida instintiva y una constante energía que fluye de las regiones cerebrales profundas, especialmente desde los centros vasomotores reguladores de la circulación sanguínea.

El control de los afectos exige un cerebro intacto -quizá, antes que nada un centro de asociación frontal sano- sin el cual no es posible entender "la vigorosa energía que modela a los héroes" (#) , ni la olímpica tranquilidad del sabio.

"Ya vamos llegando al final" (tal dice Flechsig al ir terminando su discurso de Frankfurt que hemos mencionado varias veces e intercalamos esta expresión que no es del Discurso del Rectorado). Flechsig, al cerrar su Discurso incursiona en el difícil terreno de las personalidades anormales y en el influjo de los afectos sobre el alma humana pronunciando estas inolvidables palabras:

El juez comprende, por lo general con dificultad, a tales naturalezas que habitualmente entran en conflicto con la ley penal. Ellas no pueden ser comprendidas desde el punto de vista puramente psicológico; serían aquí necesarios precisos conceptos médicos y claras ideas sobre los procesos de inhibición y excitación en el sistema nervioso, es decir, un conocimiento fundamental de la estática y mecánica del órgano del alma.

Tales casos son los que presentan formas patológicas tan paradójicas para las cuales la Psiquiatría encontró, desde Pinel, diversas designaciones: Manie sans délire, Folie raisonnante, Monomanía instintive, locura ocupacional, y otras más, que llevan a enfermedades mentales sin locura. Ellas son las que muestran, del modo más llamativo, que el hermoso sueño de un Sócrates o de un Leibnitz, de que un claro y profundo saber debería acompañarse siempre de un obrar ético y virtuoso, no se condice con la dura realidad: también una armoniosa, continua y garantizada mecánica cerebral debe completarse con una ennoblecida vida instintiva.

Casi podría parecer como una autoacusación cuando señalo que un claro saber no garantiza la virtud y puede poner en peligro la moralidad ...; la investigación cerebral no llegó al principio de que comprender todo es similar a perdonar todo. Por el contrario, está firmemente convencida que mucho puede mejorar y que el hombre, en gran medida, y más de lo que generalmente se piensa, posee las capacidades para procurarse, por sí mismo, las condiciones que lo conduzcan a un obrar ético. Nada puede aludir tan enérgicamente a la autorresponsabilidad del individuo como la doctrina científico -natural del alma en tanto ella muestre cómo, a través de los influjos corpóreos (#) el hombre puede hundirse moralmente.

La medicina se relaciona directamente con las ciencias morales a través de la investigación sobre las condiciones materiales de la espiritualidad y podemos pensar, con seguridad, que después de captar el problema avanza, irresistiblemente, hacia el encuentro de los poderes o energías que tienen, como tarea fundamental la elevación moral del género humano.
Cuando el barón Holbach en su "Sistema de la Naturaleza" expresó, con visión profunda, su convicción de que debería fundamentarse fisológicamente la doctrina moral eligió, como objetivo principal para ello, el conocer los elementos que forman las bases del temperamento individual, para poder asentar en esto, posiblemente, la legislación adecuada. La psicología médica actual está en ese camino, sin duda. Pero la doctrina científico-cerebral moderna se distingue de la filosofía de la ilustración del siglo anterior en que aquella no está acompañada, como ésta, del odio instintivo contra el Dogma de la inmaterialidad del alma, pues tal Dogma de ningún modo nos impide tomar en consideración, desde el sector corporal, la superación moral de la humanidad lo que únicamente exigimos es el reconocimiento de que la fuerza del espíritu, incluso en la dirección moral, depende en gran medida del cuerpo.

Pero de ningún modo los hechos prácticos, solamente, permiten avisorar la interpretación mecánica de las manifestaciones anímicas. El admirable instinto hacia el conocimiento y el impulso para captar el orden natural de las cosas se corporaliza, desde un principio, en los centros espirituales del cerebro; de tal manera conducen los reales avances del saber, también en este campo de la investigación, a la compulsiva necesidad de una ley natural para llegar, finalmente, a una cosmovisión ideal.
Cuanto más se devela ante nuestro entendimiento la grandeza y el poder de la Creación viviente tanto mas claramente sentimos que detrás del mundo de las manifestaciones aparentes gobiernan poderes frente a los cuales el saber humano contrapone fuerzas insignificantes de sólo meras "semejanzas" (#) .

Este Discurso,realizado con motivo de asumir Flechsig la Rectoría de la Universidad de Leipzig, no ha sido traducido a ningún idioma.
Todos los pie de páginas son de los traductores.

La 2ª edición del G.U.S. iba acompañado de notas aclaratorias que el lector podrá leer en la traducción de los doctores Outes y González, donde aparecen también los primeros preparados mielogenéticos cerebrales de Weigert.

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