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ALCMEON 48 Año XV - Vol.12 Nro. 4- noviembre de 2005  pag. 391 a 401

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ISSN 0327-3954                            ISSN 1514-9862 (Internet)

 

 

 

Desordenes afectivos en la mujer

Gabriela V. Robustella, Eleonara Acerbi

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Sumario

El género del enfermar

La justificación más extendida nos remite a la distorsión que ocasionan las fluctuaciones hormonales en el período fértil de la mujer, lo que aconseja eliminarlas como sujetos de prueba en los estudios de eficacia de nuevos fármacos. Esta actitud denota más ausencia de curiosidad científica y un cierto espíritu mercantilista que una postura realmente exigente en temas de investigación. Sorprende también si se tiene en cuenta que las mujeres son asiduas usuarias de los servicios de salud, y por lo tanto, consumidoras de fármacos.

Hay diferencias importantes que arrancan de la infancia y que en este período tendemos a atribuir a la biología, como son la mayor incidencia de trastornos de conducta en los niños o el significativo hecho de que la prevalencia de los trastornos afectivos no se dispara en la mujer hasta la adolescencia. El medio influirá, potenciando o mitigando el resultado.

En cohortes de edades avanzadas, en las que el clima hormonal de los sujetos se ha hecho más parecido y la exigencia laboral deja de moldear los comportamientos. Las diferencias al final del ciclo, cuando ya los sistemas biológicos, con el paso del tiempo, dan señales de desgaste por el uso y las demandas. Son precisamente estos estudios de envejecimiento de poblaciones los que nos aportan interesantes datos de cómo han sucedido las cosas en el mundo de la salud para las mujeres que se hallan situadas en las franjas de edades avanzadas y el resumen parece bastante generalizable: las mujeres viven más años, pero su auto apreciación de calidad de salud es peor que la de sus homólogos masculinos.

Los problemas que ensombrecen la calidad de vida de esta población femenina: el dolor crónico relacionado con las enfermedades articulares y el malestar emocional.

Mayores cifras de trastornos afectivos y de ansiedad para las mujeres, está también presente en la epidemiología de la patología alimentaria.

Tampoco el problema de la reproducción, cuando la mujer padece un trastorno crónico que conlleva tratamiento farmacológico continuado, parece haber despertado demasiado interés científico hasta muy recientemente. El temor a la desestabilización emocional ante el deseo de una maternidad que implica también una amenaza, o la aceptación de una renuncia que en ocasiones implica conflicto, suelen ser temas que se resuelven en las consultas, de manera más bien artesanal, y pocas veces alcanzan el escenario científico.

El interés por estudiar las enfermedades cardiovasculares en la mujer reciente, pero lo cierto es que se trata de un territorio fértil en datos aglutinadores de variables causales o intercurrentes de naturalezas diversas. El infarto de miocardio en unas décadas, ha desplazado su prevalencia, de los grandes magnates millonarios estresados por sus ingentes tareas a los sujetos más pobres, que acumulan mayores factores de riesgo tradicional y presentan mayor inseguridad laboral. Este reparto democrático ha propiciado el interés por las mujeres. Hoy se acepta que las cifras finales de mortalidad por patología cardiovascular son similares en ambos sexos; los cambios sociales ejercen influencia en la salud de los sujetos.

Las variables psicosociales, suelen arrastrar tras de sí a más de un factor tradicional de riesgo, modifican su peso de unas a otras generaciones.

Mujeres en edades avanzadas de la vida parecen responder a un mayor riesgo cardiovascular al adoptar posturas de sumisión, al igual que se ha visto en hembras de primates, en oposición al mayor riesgo que se atribuye a los varones y a los machos de primates dominantes, un reciente estudio sobre una muestra de población en mujeres de edades medias de la vida no halla diferencias de género en cuanto a la atribución de igual riesgo para las actitudes de dominancia. No parece pues una buena solución alejarnos de las monas para acercarnos a los monos.

De los cromosomas y estrógenos, en su doble acción periférica y central, a la vulnerabilidad derivada de la mayor implicación emocional, la pobreza, la escasez de estudios, la soledad debida a la mayor tasa de viudedad, o, por el contrario, el apoyo social derivado de la mayor implicación emocional.

Comentario:

Este trabajo no incluye los puntos 3, 4 y 5 por no ser un trabajo estadístico.

Desarrollo

La estructura de la propia sociedad está fundada en estas presunciones que, con el tiempo, han mostrado su carácter de prejuicios. Estos prejuicios convierten ciertos trabajos en "nichos", dentro de los cuales las mujeres se encuentran supuestamente "protegidas", y verdaderamente atrapadas, con salarios más bajos que los masculinos y pocas posibilidades de promoción.

Vemos aquí, la importancia de comprender que la discriminación hacia las mujeres se produce de manera individual y colectiva, deliberada e inconsciente; pues está tejida en las costumbres y la tradición. El sexismo se manifiesta en ataques directos a sus intereses o a ellas mismas y en ataques indirectos, provocados por el funcionamiento del sistema social o por la aplicación de medidas, de apariencia neutral, que repercuten especialmente en ellas debido a que se encuentran en peores condiciones para soportar sus efectos, o porque reúnen las condiciones para que se concentren los efectos perjudiciales de cierta actividad. Todo esto provoca que las mujeres, a consecuencia del género, enfrenten situaciones que les impiden participar con plenitud en las sociedades donde viven.

La cultura introduce la discriminación en función del sexo mediante el género. Al tomar como punto de referencia la anatomía de mujeres y de hombres, con sus funciones reproductivas distintas, cada cultura establece un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que atribuyen características específicas a mujeres y a hombres. Esta construcción simbólica que en las ciencias sociales se denomina género, reglamenta y condiciona la conducta objetiva y subjetiva de las personas. O sea, mediante el proceso de constitución del género, la sociedad fabrica ideas de lo que deben ser los hombres y las mujeres, y de lo que se supone que es "propio" de cada sexo.

Desde una perspectiva psicológica, género es una categoría en la que se articulan tres instancias básicas:

a) La asignación (rotulación, atribución) de género.

Esta se realiza en el momento en que nace el bebé, a partir de la apariencia externa de sus genitales.

b) La identidad de género.

Se establece más o menos a la misma edad en que el infante adquiere el lenguaje (entre los dos y tres años) y es anterior a su conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos. Desde dicha identidad, el niño estructura su experiencia vital; el género al que pertenece lo hace identificarse en todas sus manifestaciones: sentimientos o actitudes de "niño" o de "niña", comportamientos, juegos, etcétera.

Luego de establecerse la identidad de género, el niño se sabe y asume como perteneciente al grupo de lo masculino y la niña al de lo femenino; convirtiéndose esta situación, en un tamiz por el que pasan todas sus experiencias. Es usual ver a niños rechazar algún juguete porque es del género contrario, o aceptar sin cuestionar ciertas tareas porque son del propio género.

c) El papel de género.

El papel (rol) de género se forma con el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de acuerdo con cada cultura, clase social, grupo étnico y hasta el nivel generacional de las personas, se puede sostener una división básica que corresponde a la división sexual del trabajo más primitiva: las mujeres paren a los hijos, y por lo tanto, los cuidan: ergo, lo femenino es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con lo masculino como lo público. La dicotomía masculino-femenino, con sus variantes culturales establece estereotipos rígidos, que condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género.

Lo que el concepto de género ayuda a comprender es que muchas de las cuestiones que pensamos que son atributos "naturales" de los hombres o de las mujeres, en realidad son características construidas socialmente, que no tienen relación con la biología. El trato diferencial que reciben niños y niñas, sólo por pertenecer a un sexo, va generando una serie de características y conductas diferenciadas.

La perspectiva de género implica reconocer que una cosa es la diferencia sexual y otra cosa son las atribuciones, ideas, representaciones y prescripciones sociales que se construyen tomando como referencia a esa diferencia sexual. Todas las sociedades estructuran su vida y construyen su cultura en torno a la diferencia sexual. Esta diferencia anatómica se interpreta como una diferencia sustantiva que marcará el destino de las persona; siendo lógico, que si las funciones biológicas son tan dispares, las demás características tanto morales como psíquicas, también lo habrán de ser.

Desde hace varios años, antropólogos, biólogos, psicólogos, se han dedicado a investigar y esclarecer qué es lo innato y qué lo adquirido en las características masculinas y femeninas de las personas; comprobándose que el status femenino es variable de cultura en cultura, pero siempre con una constante: la subordinación de las mujeres, a los hombres. Hasta hace poco tiempo esto se explicaba en términos "naturales" y hasta "inevitables", contraponiendo otra constante: "la diferencia biológica entre los sexos". Casi todas, si no es que todas, las interpretaciones sobre el origen de la opresión de la mujer, la ubicaban en la expresión máxima de la diferencia biológica: "la maternidad". La capacidad de ser madres marca sin duda una gran diferencia entre hombres y mujeres, pero considerar a la biología como el origen y razón de las diferencias entre los sexos -y en especial de la subordinación femenina- sin tomar en cuenta otros aspectos, es erróneo. Actualmente las posturas científicas más rigurosas tratan de valorar el peso de lo biológico en la interrelación de múltiples aspectos: sociales, ecológicos, biológicos.

La feminidad tradicional se asocia a la contradicción maternidad-sexualidad. Para la mujer el sexo como placer, visto como algo masivamente asequible, constituye una novedad de las últimas décadas. Mientras, la maternidad continúa vinculada a la protección, tranquilidad, sacrificio, dolor, al borramiento de la identidad personal para integrarse a la identidad de otros. La maternidad se convierte en la exigencia social que da sentido a la vida de la mujer, el eje de la subjetividad femenina, de su identidad genérica y personal. A partir de aquí se le atribuyen características como la sensibilidad, expresividad, docilidad, generosidad, dulzura, prudencia, nobleza, receptividad, acentuándose más en su caso, la orientación hacia los demás. Es como si su identidad se encontrara más conectada a la relación con los otros. Asimismo, se le considera más influenciable, excitable, susceptible y menos agresiva. Su comportamiento es menos competitivo, expresando su poder en el plano afectivo y en la vida doméstica.

En la actualidad, "es mucho más fácil modificar los hechos de la naturaleza que los de la cultura". Es más fácil librar a la mujer de la necesidad "natural" de amamantar, que conseguir que el marido se encargue de dar el biberón. La transformación de los hechos socioculturales resulta frecuentemente mucho más ardua que la de los hechos naturales; sin embargo, la ideología asimila lo biológico a lo inmutable y lo sociocultural a lo transformable.

Ambos somos seres humanos, igualmente animales, o igualmente seres de cultura. El problema de asociar a las mujeres con lo "natural" y a los hombres con lo cultural es que cuando una mujer no quiere ser madre ni ocuparse de la casa, o cuando quiere ingresar al mundo público, se la tacha de "antinatural" porque "se quiere salir de la esfera de lo natural".

A nadie le parece raro que el hombre viva en el ámbito público, sin asumir responsabilidades cotidianas en el ámbito doméstico. En cambio, la valoración cultural de las mujeres radica en una supuesta "esencia", vinculada a la capacidad reproductiva. Así, la vida privada es asociada al afecto, al amor, la pareja, la familia, la maternidad, al cuidado, a lo emocional, a la reproducción de la vida cotidiana, al trabajo "no productivo" y, por tanto, no remunerado, no visible, no tangible. Relacionado más bien con el tedio, lo repetitivo, lo rutinario. También incluye todo lo concerniente a una parte importante de la socialización humana, el contacto íntimo y la contención emocional. Esta arista de la vida es protagonizada por las mujeres, quienes por su "propia naturaleza" emocional, afectiva, sensible, articulada a su "esencia maternal" deben entonces ser del hogar, fundar y amar a su pareja y su familia. A las mujeres siempre se les ha exigido llevar las riendas de la educación de los hijos, la atención a enfermos, ancianos, al esposo, brindar afecto, desde su condición de madres - esposas, protectoras, sacrificadas, orientadas a los demás a la vez que dejando de ser.

Es impresionante que a principios del siglo XXI, cuando los adelantos científicos en materia de reproducción asistida están desligando cada vez más a las personas de la función biológica, siga vigente un discurso que intenta circunscribir la participación de las mujeres a cuestiones reproductivas. Ese discurso "naturalista" tiene tal fuerza porque reafirma las diferencias de hombres y mujeres y, al hacerlo, reafirma la situación de desigualdad y discriminación.

En las últimas décadas, los fuertes cambios sociales, económicos, científico-técnicos han ejercido su impacto en la cultura universal, con su expresión particular en los contextos socio históricos específicos. Ello se aprecia también en las representaciones acerca de los roles de género afectando, por consiguiente, la naturaleza del encuentro hombre - mujer.

Lo cierto es que hoy en día estas nociones y prácticas -en calma durante milenios- comienzan a desestabilizarse, a traernos no pocas complicaciones como maneras diferentes de entender lo femenino, lo masculino, lo privado y lo público. Estamos pues ante un fenómeno dinámico donde entran en colisión puntos de cambio y de permanencia, tanto en el plano de la cultura, de la subjetividad social como de la subjetividad individual.

Sería interesante comprender que muchas de las actividades y papeles sexuales han sido adjudicados hace miles de años, por lo tanto, aparece aquí, la necesidad de participación por parte de las mujeres en el desarrollo a través de su acceso al sector productivo, como instrumento imprescindible para el crecimiento económico de las comunidades.

Justo en la segunda mitad de este siglo, las mujeres comienzan a acceder a espacios antes vedados para ellas, son cada vez más las que trabajan fuera del hogar, que se convierten en proveedoras contribuyentes o absolutas de sus familias, se independizan económicamente, ocupan responsabilidades y encuentran legítimos espacios de realización en la vida laboral.

La creciente participación pública de la mujer ha traído consigo la ampliación de sus intereses, conocimientos y cultura así como la asimilación de pautas y exigencias de la vida pública. Todo ello ha generado como consecuencia, que lo doméstico y privado vaya abandonando el centro y el monopolio de la vida de la mujer. Cada vez son más las que acceden al poder en espacios públicos Se trata de mujeres que trabajan no solo por razones económicas, sino de mujeres que buscan y encuentran, justamente allí en el espacio público, una fuente importante, novedosa y atractiva de realización en la cual comprometen sus proyectos vitales. A su vez estas mujeres continúan su desempeño en el ámbito privado con las mismas autoexigencias que la cultura tradicional les había planteado hasta entonces.

La contribución de las mujeres al desarrollo se considera desde dos puntos de vista:

* como usuaria de los servicios de salud exclusivamente por su función reproductiva para garantizar la supervivencia de los hijos.

* como proveedora de servicios, agente social y comunitario que contribuye a la mejoría de la salud de la comunidad en su conjunto. Se parte de la base de que las mujeres se responsabilizan más que los hombres en la gestión de los beneficios de las ayudas y responden mejor a las exigencias impuestas.

Este enfoque parte de considerar que las mujeres no solo tienen necesidades diferentes de los hombres, sino que las mujeres no están en igualdad de condiciones con los hombres en el acceso a la salud, y que la división sexual del trabajo y su posición de subordinación en la sociedad las condiciona de forma adversa.

Son muchas ya las mujeres que sienten en sí mismas la necesidad de realización social, incluso, con tanta o mucha más fuerza que la asunción de la gestión de un grupo familiar. Ahora el centro de su autoestima se desplaza del recato, la pasividad y habilidades domésticas a su preparación, destreza e iniciativa ante la vida, al aumento de su autoconfianza, seguridad, independencia y juicios propios.

En el mercado de trabajo hay una demanda real para muchos puestos tipificados como "femeninos", que son una prolongación del trabajo doméstico y de la atención y cuidado que las mujeres dan a niños y varones. También hay características consideradas "femeninas" que se valoran laboralmente, como la minuciosidad y la sumisión. Aunque en algunos países muy desarrollados esa tipificación "masculino/femenino" se está borrando, y ya son muchas las mujeres que realizan trabajos no tradicionales de carpinteras, electricistas, mecánicas, etc., en estos países todavía no existe una oferta masiva y sostenida de mujeres que deseen puestos masculinos. Sin embargo, la tendencia va en aumento, ya que es más fácil que las mujeres traten de ingresar a trabajos "masculinos" a que los hombres busquen desempeñarse en trabajos "femeninos", fundamentalmente por razones económicas (suelen estar peor pagados), aunque también pesan las razones culturales de género. Podríamos hablar entonces de ideales femeninos y masculinos como organizadores intrapsíquicos de la femineidad y la masculinidad. Organizadores que se fraguan a partir de una compleja articulación entre las representaciones sociales acerca de los géneros, la moral que los legisla, las normas que los rigen, y la trama vincular e intrasubjetiva en la que el niño/a va conformando su experiencia. Ideales que están determinados por los padres y que son los contenidos conscientes e inconscientes acerca de la masculinidad/femineidad, marcados por su propia historia y que identifican al cuerpo sexuado de su hijo/a. Estos fantasmas se materializan a través de las respuestas variadas que van dando los padres frente a las conductas de sus hijos, funcionales a las representaciones conscientes o inconscientes que tengan acerca de lo que se es y se espera de una niña/o.

En relación a las mujeres, hay presunciones culturales con gran arraigo histórico sobre su "debilidad física", su "vulnerabilidad" durante el embarazo o su "papel especial e insustituible" para cierto modelo de familia. Según estas concepciones, está plenamente "justificado" el "proteger" a las mujeres, aunque ese trato encubra una real discriminación.

La desigualdad tiene su correlato también en lo salarial: las mujeres ganan mucho menos que los hombres. La división existente entre los trabajos "femeninos" y "masculinos" no permite defender el principio de "igual salario por igual trabajo"; siendo la segregación de la fuerza de trabajo, excluyente con respecto a empleos mejor pagos y prestigiosos. En todo tipo de organizaciones, las mujeres están en una situación de inequidad, y rara vez se encuentran en las posiciones de alta gerencia y de dirección. El hostigamiento y el chantaje sexual son una lamentable realidad laboral. Aunque cada vez más mujeres ocupan altos puestos técnicos y científicos, e importantes cargos políticos y de la administración pública, todavía representan un porcentaje pequeño de éstos. No siendo reconocida la sutil discriminación en altos niveles y tampoco se comprenden las barreras invisibles del fenómeno llamado "techo de vidrio", que consiste en que las propias mujeres se fijan internamente un límite, un "techo", a sus aspiraciones.

La desvalorización del trabajo asalariado femenino está vinculada con la invisibilidad del trabajo doméstico y de la atención y cuidado humanos. El trabajo no asalariado de las mujeres está estrechamente entretejido con su trabajo asalariado. Las condiciones en que las mujeres entran al mercado formal e informal de trabajo están ligadas a las condiciones en que realizan o resuelven su trabajo doméstico. Las consecuencias del entrecruzamiento que se da entre el trabajo doméstico y el trabajo remunerado van desde la carga física y emocional de la doble jornada, pasando por una restricción brutal de sus posibilidades de desarrollo personal, de sus vidas afectivas y sociales, y de su participación política como ciudadanas, hasta llegar a la vulnerabilidad laboral; así, son ellas, y no ellos, quienes faltarán al trabajo para resolver cualquier problema doméstico o familiar.

Históricamente, el trabajo doméstico no ha sido reconocido como un verdadero trabajo, básicamente por las concepciones de género, que adjudican las labores de atención y cuidado humano en la esfera privada a las mujeres como su función "natural" y como "expresiones de amor".

También por el género el trabajo se define tradicionalmente como una actividad masculina y económica. El trabajo doméstico de las mujeres en la familia y el confinamiento de las mujeres trabajadoras a un ghetto femenino de bajos salarios son aspectos complementarios del mismo problema, tal como lo son el hostigamiento sexual, los bajos salarios femeninos y la desvalorización de las habilidades mercadeables de las mujeres. De hecho, todos los aspectos de la situación laboral de las mujeres están interrelacionados: la segregación ocupacional, la discriminación salarial, el hostigamiento sexual, la sobrecarga por las exigencias de las necesidades familiares -sólo a ellas- y por la ausencia de apoyos sociales -no sólo para ellas. No es de extrañar que muchas mujeres trabajadoras acaben expresando que añoran el papel tradicional idealizado de ama de casa protegida y mantenida, aunque dicho papel también tenga sus costos; en estas mujeres, aún permanecen estereotipos patriarcales con respecto al rol de la mujer, en especial en su condición de madre -esposa, lo cual se continúa viviendo desde lo tradicional. Encontramos aquí, conservación y perpetuidad. Todo ello da lugar a un proceso de progreso en la asunción de los roles de género que es a su vez vivido desde cierto grado de conflicto y contradicción subjetiva de importantes costos psicológicos.

Este conflicto se utiliza, una vez más, para confirmar que muchas de las mujeres "prefieren" estar en casa que trabajar. Un lugar privilegiado, tanto para la modificación de pautas sexistas como para su reforzamiento, es la educación. Tanto la educación formal (en la escuela) como la informal (en la casa y la calle) reproducen los estereotipos de género: el mensaje de que hay cuestiones "propias" para niños y otras para niñas cobra forma en las actividades diferenciadas que todavía se dan en muchos planteles escolares: taller de mecánica para varones, de costura para muchachas.

Los roles de género indican a aquel conjunto de comportamientos previstos y asignados a uno u otro sexo desde la cultura, en una sociedad y momento histórico específico.

A través del rol de género, se prescribe como debe comportarse un hombre y una mujer en la sociedad, en la familia, con respecto a su propio sexo, al sexo contrario, ante los hijos, incluido en ello determinadas particularidades psicológicas atribuidas y aceptadas, así como los límites en cuanto al modo de desarrollar, comprender y ejercer la sexualidad, emanando de aquí lo que resulta valioso para definir la feminidad o la masculinidad. Estos valores hacia lo masculino y hacia lo femenino se trasmiten generacionalmente a través de las diversas influencias comunicativas existentes en la sociedad.

El estereotipo tradicional de masculinidad impone a los hombres sacrificios y la mutilación de una parte de sí. Un hombre "auténtico" debe estar absolutamente seguro de no contener ni un rasgo de femineidad. En nuestra cultura, la masculinidad se mide en términos de éxitos, poder y de la admiración que pueda provocar. Autonomía, independencia, autosuficiencia y asertividad, son cualidades que se transmiten y fomentan en el varón desde que es pequeño, a través de múltiples canales. Los ideales de masculinidad prevalentes en nuestras sociedades han girado en torno a la destreza y fuerza física, capacidad y cualidad de penetración, potencia y fortaleza emocional.

El marido "proveedor", garante y sostén económico de la mujer y la familia, ha sido uno de los emblemas identificatorios más fuertes de la tradición moderna. Imperativo para varones y esperado consciente o inconscientemente por las mujeres, la organización familiar y los arreglos conyugales tradicionales, se han asentado sobre esta asignación de funciones y tareas.

Cuando hombres y mujeres acceden a dominios reservados por la cultura al otro género, se considera que están invadiendo territorio extranjero. Pero no sólo la cultura, sino que la sanción es vivida subjetivamente por hombres y mujeres que ven amenazada de esa manera su identidad de género. Los cambios se sienten como pérdidas que afectan el sentimiento de sí. Ocuparse de la casa, de la crianza de los hijos, puede sentirse como una feminización peligrosa por parte del varón, para quien ser hombre se ha edificado fundamentalmente en oposición: no ser un bebé, no ser homosexual, no ser una mujer.

Tarde o temprano, la mayoría de los hombres toman conciencia de que ese ideal (de hombre duro, hiperviril, proveedor, etcétera) poco tiene que ver con la realidad, y de ahí la tensión entre el ideal y las posibilidades individuales.

Si algo caracteriza la vida contemporánea es que amplía el marco de acción de la mujer, sacándola del estrecho espacio de la familia y forzándola, a veces, a ingresar al mundo del trabajo o de la actividad política. Esto es la consecuencia inevitable de la modernización y pone en cuestión la división del trabajo en la familia y en la sociedad. Justamente si algo implica la verdadera "incorporación" de las mujeres a la sociedad, y eso se comprueba en las sociedades modernas, es el rompimiento de la identificación mujer/familia, que obliga a impulsar la participación masculina en las tareas domésticas y a desarrollar una amplia infraestructura de servicios sociales. Vivir implica una constante sucesión de duelos. La pérdida de un ideal, involucra actitudes, modalidades y relaciones que impactan al yo.

El proceso de duelo es un proceso dinámico, complejo, que involucra a la personalidad total del sujeto y abarca, consciente o inconscientemente, todas las funciones del yo, sus actitudes, sus defensas y en particular las relaciones con los demás. El duelo pone a prueba la capacidad del yo para recuperarse, y obliga a un trabajo que implica elaboración y nuevas simbolizaciones y reformulaciones del proceso identificatorio en el yo, superyó e ideal del yo. En esta reorganización el proceso será posible por la capacidad que tenga el yo de religar lo presente con aquello pasado.

El desarrollo de este yo, agudiza la contradicción entre el rol femenino tradicional -el papel de madre y ama de casa- y los nuevos roles de ciudadana y trabajadora. La perspectiva de género implica una transformación, una participación política, una construcción ideológica y cultural de un nuevo sistema de relaciones. "El género es una construcción sociocultural".

"Ya no se puede hablar de la mujer, la sexualidad o la identidad femenina en singular, hoy hay que pensar el género femenino en términos de diversidad y multiplicidad

El derecho al sexo-placer, induce a las mujeres a desarrollar sectores de su personalidad tradicionalmente aceptados como masculinos. La sexualidad la viven ahora desde la libertad de sus relaciones interpersonales.

La anticoncepción posibilita la planificación familiar, tendiendo a disminuir la fecundidad. La maternidad cada vez más es una derivación del amor y la libertad y menos del fatalismo y la resignación. Se acentúa así, la autonomía de las mujeres con respecto al hombre.

Gran parte de los espacios públicos y sociales, sobre todo en lo referido a los medios de comunicación, se encuentran hoy en manos de mujeres que reivindican la condición femenina encarnando la promoción de valores considerados tradicionalmente femeninos. Este retorno a lo tradicional puede ser entendido como una reacción a la lightización de la cultura, en función de los valores que han aprendido algunas mujeres en su socialización temprana. No obstante, esta reacción varía de acuerdo a grupos sociales de referencia y no se da en todas las mujeres.

Estos fenómenos junto con los avances decisivos en términos políticos, laborales y profesionales logrados por las mujeres, se contraponen con ciertos mensajes que aluden al costo que debe pagar el género femenino por el grado de libertad adquirido.

Los individuos no asimilan pasivamente los roles tradicionales, si no que los interpretan, modifican y les imprimen su estilo personal al manifestarlos; por eso existen diferencias en el grado en que los aceptan y expresan. Hay momentos en los que tiene sentido para las madres pedir consideración por su papel social, y contextos donde la maternidad es irrelevante para valorar la conducta de las mujeres; hay situaciones en las que tiene sentido pedir una reevaluación del estatus de lo que ha sido socialmente construido como "trabajo de mujer" y contextos en los que es más importante preparar a las mujeres para que ingresen a trabajos "no tradicionales". Lo que resulta inaceptable es sostener que la feminidad predispone a las mujeres para realizar ciertos trabajos (de cuidado) o a ciertos estilos de trabajo (colaborativos) pues eso es plantear como "natural", lo que en realidad es un conjunto de complejos procesos económicos y sociales y, peor aún, oscurecer las diferencias que han caracterizado las historias laborales de las mujeres.

Una perspectiva de género reparte las responsabilidades familiares, introduciendo un cambio en el sistema de prioridades ciudadanas.

La perspectiva de género requiere de un proceso comunicativo que la sostenga, y la haga llegar al corazón de la discriminación: "la familia"; de ahí que la acción antidiscriminatoria se apoye en la educación, en la comunicación social y en la formulación de políticas masivas siendo éstos instrumentos eficaces para el cambio de costumbres e ideas estereotipadas de género.

Conclusiones

La delimitación y diferenciación de los roles de género y sus funciones van tendiendo hoy cada vez más a su flexibilización produciéndose cambios en la noción de lo masculino y lo femenino, de la vida sexual y de pareja, de la familia tradicional y la procreación como su proyecto esencial y se promueve un pensamiento y actuación que relativiza lo que pacientemente había sido entendido hasta entonces como "lo privado" y "lo público". Se genera así un impacto transformador en las normas sociales, en los códigos del patriarcado. "Algo se ha quebrado del equilibrio anterior, donde regía un orden entre los géneros por el cual las mujeres `naturalmente` ocupaban un lugar postergado. Los organizadores de sentido que organizaban lo masculino y lo femenino trastabillan, las demarcaciones de lo público y lo privado vuelven borroso o por lo menos confuso sus límites. En suma, diversas fisuras amenazan con el quiebre del paradigma que legitimó durante siglos las desigualdades de género". (Fernández, A.M. 1992, pag.12)

La esencia de la justicia es tratar igual a los iguales o equivalentes (que no es decir a los idénticos). Por eso, a partir de la forma en que se conceptualice la igualdad entre los seres humanos, se establecerán los pasos que conduzcan a un cambio en el estatuto de las mujeres. Cuando se alcance la igualdad de oportunidades, cuando se elimine la ceguera del género, cuando la educación no sexista sea una realidad, cuando las pautas culturales sean más igualitarias, la perspectiva de género desaparecerá.

Lo más importante a comprender es que una perspectiva de género impacta a mujeres y a hombres, y beneficia al conjunto de la sociedad, al levantar obstáculos y discriminaciones, al establecer condiciones más equitativas para la participación de la mitad de la sociedad y al relevar a los hombres.

Debemos animarnos a pensar que las cualidades de la feminidad deben ser encarnadas en el mundo por mujeres vivas, que formen parte del mundo, del que nos toca vivir, para tener la valentía de denunciar siempre la desigualdad -donde sea que la haya-, y la sabiduría y el tino para poder transformarla; para defender nuestros derechos y sustentar nuestros deberes...

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1Trabajo Premiado en el 12º Congreso Internacional de Psiquiatría de la AAP, octubre de 2005. Lugar de realización del trabajo: Fundación Mendizábal de lucha contra la Depresión.

2 Médica especialista en Psiquiatría y Psicología Médica, Médica Psiquiatra del CEPSA, Psiquiatra de la Fundación Mendizábal de lucha contra la Depresión. E-mail :grobustell@hotmail.com

3 Licenciada en Psicología, especialista en Psicología clínica, Licenciada del Hospital "Braulio A. Moyano", Hospital Garraham, Psicóloga de la Fundación Mendizábal de lucha contra la Depresión. E-mail:. leonet29@hotmail.com

 

 

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