|
Cartas comentadas
From: Kara, México
To: Hugo Marietan
Sent: Sunday, July 30, 2006 2:46 AM
Subject: Larga historia...
Lo conocí en el 2001 en la librería en la que rompió récord de estancia. Trabajó ahí unos 8 meses. Le pregunté por Más Platón y Menos Prozac (¿o debería decir que le grité "auxilio, estoy deprimida"?) y contestó que era una pésima obra. De ahí comenzamos a charlar y cuando resultó que tres de sus cinco libros favoritos coincidían con los míos le invité un café. Me costó mucho trabajo poder volver a tener la iniciativa con un hombre.
Yo noté que era verdaderamente inteligente y culto, cualidades que me frustraba no poder encontrar en los hombres con los que salía. Supongo que lo que él notó fue mi acostumbrada soledad y la enorme posibilidad de usarme.
Me contó que acababa de regresar de Chiapas, donde había estado trabajando en un Centro de Derechos Humanos pues tenía carrera trunca en Derecho. Había estado ahí por tres años y como yo estaba haciendo un protocolo de investigación sobre Zapatismo y Salud me interesó mucho su experiencia. Me habló del sitio, de sus amigos allá, de las actividades que realizaba y que había sido declarado persona non grata por el gobierno y por eso había vuelto a la ciudad. Te parecerá un tanto descabellado, pero así están las cosas por acá [México].
Siguieron muchos cafés, podíamos hablar por horas y horas de cualquier tema. Cuando una amiga me preguntó qué era lo que más me gustaba de él le contesté que su cerebro. Después de varias salidas nos besamos por primera vez bajo la lluvia y así empezó un noviazgo inicialmente mágico. Al poco tiempo me presentó a su familia, la cual es maravillosa y lo ama profundamente. Siempre fueron amables conmigo, pero su madre no me caía bien, pues a las dos semanas de que empecé a andar con él lo acusó de robarle, por lo que el salió indignado de casa de sus padres y rentó un cuarto. Obviamente era cierto. La versión de Carlos era que sus padres no lo apoyaban ni querían tanto como a sus hermanos pues éstos sí habían terminado la carrera y tenían buenos ingresos mientras que él se había marchado con los indígenas revoltosos a la sierra (sic). He de decir que efectivamente sus padres eran un tanto frívolos y superfluos, pero no a niveles anormales.
Él era diferente y eso es lo que más me gustaba. Ser su novia era toda una aventura, hacíamos cosas alocadas, escribíamos juntos, bromeábamos mucho, fumábamos marihuana, el sexo era muy bueno, vivíamos el presente sin pensar en el futuro y claro, le encantaba a mi corazón, pues llegó con todos sus sueños cuando yo intentaba poner los pies sobre la tierra, con todas sus historias cuando mi vida era aburrida, con un toque de rebeldía que siempre he reprimido en mí, con toda su inconformidad que acompañaba a la mía y con todo su encanto, su creatividad, sus letras, sus locuras… llegó a quererme cuando yo no me quería, a protegerme cuando yo no me cuidaba, etc. etc. etc.….ya sabes, complementos perfectos.
Después de que se mudó lo apoyé mucho. Física, emocional y –desde luego- económicamente. Mi familia lo acogió muy bien. Creo que lo que más les gustaba de él era su pasión por la literatura, a mi mamá le encantaba invitarlo a comer pues lo que cocinaba era muy elogiado y mientras comíamos platicábamos de arte, política, filosofía… rico. De ahí se agarró para alimentarse gratis todos los días. Para todos fue una gran sorpresa que mi mamá nunca sospechara de él, pues ella es escalofriantemente perceptiva.
En el trabajo tenía algunos conflictos, tenía problemas con la autoridad pero ante mí lo manejaba como si él fuera la víctima incomprendida ante la negligencia de unos y la envidia de otros. Me parecía lógico, después de todo, era el vendedor más productivo de la empresa.
No sé qué tanto me engañó y qué tanto quise que me engañara, pero por más de un año no me daba cuenta de muchas cosas. Lo amaba, me sentía amada y creía que estaba pasando por un periodo de ajuste tras haber estado en una zona de conflicto, tras habérsele negado permanecer donde él creía que se encontraban sus sueños, tras haber perdido a una amiga a quien mataron y toda una serie de tragedias seudo-guevarescas que me contaba. Yo creía que él era el amor de mi vida y que era correspondida.
El segundo año se me cayó el castillo de arena. Ya había pasado mucho tiempo y yo sentía que iba avanzando mientras él se quedaba atrás. No sé si empeoró o simplemente fue menos cuidadoso de que yo notara sus defectos, pero empezó a faltar al trabajo, a deber la renta, su cuarto era un chiquero, descuidó su higiene personal, no quiso continuar estudiando, estaba muy irascible, discutió con medio mundo, era intolerante e impulsivo, comenzó a beber de forma importante. "Renunció" al trabajo (después me enteré de que lo despidieron pues la policía fue a buscarlo a la librería). Lo caché en muchas "mentiras piadosas" en ese entonces.
Era un excelente mitómano, pero pasó el tiempo, se sintió confiado y cayó en un par de inconsistencias respecto a lo que me había dicho de su carrera, se puso furioso y comenzaron los problemas de pareja, las discusiones sin sentido, se ponía muy agresivo, aunque afortunadamente nunca ejerció violencia física directa contra mí, se alejaba un poco para que me diera miedo perderlo. Un buen día terminó conmigo. Desastre total. Ya era adicta a él, había dejado a mis amigos y a mi familia a un lado, me fue sometiendo y aislando poco a poco.
Una semana después "me levantó el castigo" y volvimos.
Nunca conocí a sus amigos de Chiapas, pero me había hablado tanto de ellos que sentía conocerlos, frecuentemente me contaba historias que había vivido allá, me platicaba que habían hablado por teléfono, etc. A la que más quería era a una mujer llamada Robin, una extranjera que vivía en San Cristóbal y trabajaba para el Centro de Derechos Humanos. A veces hasta me sentía celosa de ella, podía estar horas contándome de los postres que preparaba y los momentos que vivían juntos, de los consejos que ella le daba. Un día me contó llorando que la habían secuestrado. Estuvo deprimido dos semanas hasta que encontraron el cadáver. Él estaba devastado.
Esa noche soñé con Robin. Nunca vi su foto pero la imaginaba por las descripciones. Se apareció en mis sueños y simplemente me dijo que averiguara su apellido. A la mañana siguiente se lo pregunté a Carlos. Él cada vez estaba peor y lo atribuía a su frustración por no poder estar allá, a que extrañaba a sus amigos, el trabajo que desempeñaba allá y bla bla bla… así que decidí mandar un mail al Centro de Derechos Humanos y buscar información sobre esta mujer.
Encontré en la red a una persona con el mismo nombre, que había trabajado en ese sitio… y un artículo recién publicado por ella. No estaba muerta. Comencé a escribir cartas y sólo encontré horror. Robin Flinchum nunca conoció a Carlos y estaba viva y en el Centro jamás había trabajado alguien con ese nombre o esa descripción. Investigué mucho y con mucho miedo. Ninguno de los personajes de los que él me había hablado existía. Eran unos 8 y las narraciones eran tan completas, tan precisas, tan cotidianas…! y solo eran fantasmas. Toda su vida era falsa, Chiapas era falso, su carrera era falsa, lo que había pasado en su trabajo, muchas cosas que amaba de él eran mentira… dos años de mentiras.
No hay palabras que describan ese shock.
Lo confronté y, como era de esperarse, con resultados trágicos. Lo negó, se puso furioso, se hizo la víctima, lloró, maldijo. Unos días después, ante lo innegable, lo reconoció y una vez más de las dio de mártir y acudió a mi maternalismo, pidió ayuda.
En esos momentos ya estaba lo suficientemente horrorizada como para querer salir corriendo. Carlos nunca más sería mi pareja, pero ¿cómo podía dejar solo a alguien tan enfermo? decidí mantenerme cerca de él lo estrictamente necesario si el accedía a hablar con su familia y buscar ayuda. Después de todo, yo también era una enferma mental y no tenía porque rechazarlo por eso (Sí, ya sé lo que estás pensando… )
A la mañana siguiente salí de clases y me lo encontré completamente borracho, dormido a media explanada de la Facultad. En ese momento supe que tenía que acabar.
Fingí ecuanimidad, lo llevé a su departamento y me metí a revisar en su cuarto mientras él se bañaba; tenía una necesidad enfermiza de saber más, de descubrir más mentiras, de entender aunque fuera un poquito lo que estaba pasando. Encontré muchas cosas. No me sorprendió tanto el juguete sexual, ni el animal muerto, ni el increíble desorden, ni las drogas, ni el centenar de botes de cerveza. Fueron sus letras. Esas que tanto me regalaba, que me inundaban en cartas y me enamoraban. Le escribía a una mujer. Al parecer la conoció unos días antes de terminar conmigo. Le decía lo mismo que a mí en nuestras primeras cartas. Admiraba sus ojos y los describía como a los míos y le contaba de su añoranza por Chiapas y Robin…
Por fin terminó.
Fui a casa de sus padres pues tenía muchas cosas de él. Les expliqué que Carlos y yo habíamos terminado y que había descubierto algunas cosas que me preocupaban y que si se los comentaba era porque sabía que lo amaban y él necesitaba ayuda. En ese momento su mamá volteó a verme y comenzó a llorar. Nunca voy a olvidar esa mirada, esos ojos azules que desbordaban el dolor de toda una vida. Me escucharon. Cuando terminé lo primero que dijeron fue que esperaban que algún día los perdonara, que si no me habían dicho algo antes era porque Carlos había mejorado conmigo y eso les había alimentado la esperanza. Que habían hecho un pacto para decírmelo sólo si pretendíamos casarnos por la iglesia pues no podían permitir eso ante Dios, pero que entendiera que se aferraban a la idea de que Carlos cambiaría.
Me contaron que desde adolescente manifestó ese problema, durante muchos años se desapareció de la casa paterna y le perdieron la pista, que estuvo en la cárcel, que no terminó ni siquiera la educación secundaria, que a toda la familia les había robado, que llegó a golpearlos y toda una serie de dolorosos etcéteras. Me desearon lo mejor, nos dimos las gracias y me despedí para siempre.
No necesito explicarte qué difícil fue después. Lloré tres días seguidos y muchos días después. No lo había hecho desde hace mucho tiempo hasta este momento. Me sorprenden estas lágrimas, pero no me disgustan.
Consulté a algunos psiquiatras pero ninguno conocía bien el tema. Investigué yo sola y leí y leí y volví a leer hasta comprender… pero comprender no era suficiente. Sentía que iba a perder la razón. No podía con la confusión, con el asombro, con el dolor, con un vacío de dos años.
Carlos me impactó en muchos sentidos. Pasé días mortificándome con retrospectivas. Las cosas cobraban sentido, entendí cómo fui manipulada, usada, explotada en TODOS los aspectos. Después vino la recriminación ¿cómo a mí, con mi coeficiente intelectual superior me habían visto la cara? ¿cómo no me había dado cuenta? ¿cómo pude caer tan bajo? ¿por qué nadie me advirtió lo que pasaba? y me sentía taaaan patética porque extrañaba sentirme protegida entre sus brazos, amada, comprendida… porque eso sí, Carlos me conocía perfectamente. Fue una mezcla de ira, desesperación, soledad, frustración, amargura, miedo y sobretodo, el dolor más profundo, más vehemente, más arraigado que he tenido en toda mi vida. No sabía que era capaz de sentir tanto dolor… y tampoco sabía que era capaz de sobrevivir emocionalmente a éste.
Tuvo que pasar mucho tiempo, muchas noches largas. Mi madre me dijo que llorara hasta que mi corazón descansara, mi mejor amigo me dijo que seguiría doliendo hasta que un día despertaría y ese dolor simplemente habría desaparecido… y eso hice, lloré y esperé y finalmente ese día increíble llegó.
Ahora que pasó el tiempo lo veo con más claridad. Carlos ya no es el enemigo. Es alguien distinto que me enseñó muchas cosas y sé que desde su particular forma de ser me quiso mucho, así como yo a él. Sé también que fue cosa de dos, que las palabras "víctima" y "culpable" son relativas en este asunto y, lo más importante, sé que soy fuerte, soy libre y soy capaz de experimentar la felicidad.
¿Que si aún hay secuelas? Por supuesto. No he tenido relaciones trascendentales desde entonces, aun tengo inseguridades que me llevan a emplear mecanismos de defensa y aun no he conocido a alguien que me satisfaga intelectual, emocional y sexualmente.
Mientras tanto, mi soledad y yo hemos vuelto a ser buenas amigas y mis alas están intactas….
Cuando descubres que estás enganchada con un psicópata y sabes que lo mejor es alejarlo de tu vida para siempre sientes mucho miedo, crees que no sobrevivirás, que no tienes la capacidad, que sufrirás mucho y sí, si duele, si sufres, cuesta mucho trabajo pero se puede. En verdad se puede... y vale la pena.
En pocas palabras, una luna hermosa y brillante, puede eclipsar al más negro de los soles...
En fin. Esa es la historia. Me quedo un poco inconforme porque le faltan detalles, pero es tarde, ya me mordí las uñas y me fumé 4 cigarros...
Gracias por "escuchar"
Un abrazo
Kara
Buenos Aires, agosto de 2006
Kara:
Estabas sola, deprimida y con hambre...
Y él lo captó.
Eso es lo que tienen estos seres: captan tus necesidades y te dan lo que necesitas (actúan lo que sea, pero te dan lo que necesitas). Y ahí está "la luna de miel": el sentir que ese ser te completa, que es lo más... Entonces te entregas, das información. Él procesa la información y va ajustando sus actuaciones, perfeccionándolas, y todo es cada vez mejor...
Pero...
Todo actor baja, de vez en cuando, del escenario, a tomar agua, a comerse un bocado... Son instantes, momentos, signos, señales... pero tu estás encantada y no los ves o lo resignificas, lo justificas, lo pasas por alto. Si repasas tu historia te das cuenta que estos signos, estas señales, estuvieron, aquí y allá, y que, recién ahora, cuando todo pasó, las puedes ver. Son señales de su psicopatía, del actor que se saca un poco la máscara y le ves algo del verdadero rostro...
Luego...
Hay algo en el psicópata de soberbia, de sentir que tiene tan dominada su complementaria que comienza a mostrarse más, de a poco. Es como un actor que se aburre de representar tanto tiempo el mismo papel. No es algo completo, son baches. Y la complementaria comienza a sospechar: algo no cierra bien, hay algo que no está bien, algo pasa. Como si en medio de un sueño, escuchas un ruido fuerte y te despiertas a medias. Como que algo pasa pero no aciertas a saber del todo bien qué es lo que pasa. Es la zona de incertidumbre. Y comienza el temor. Temor a la realidad y temor a perder el sueño, el hermoso sueño. Y luchas, luchas por seguir durmiendo, pero es tarde: la duda se ha sentado en tu mente. Tu "animalito" sigue satisfecho, pero tu lógica comienza a cavilar, a atar cabos, a investigar. Y se inicia una de las batallas más agotadoras que puedas sufrir: la lucha entre tú (animalito) y tú (lógica). Y sufres, de una manera extraña. Las primeras batallas son ampliamente ganadas por "el animalito" que tapa todo, esconde todo y trabaja denodadamente para que no veas lo que ves, para que le des otro significado a lo que ves. Y gana. El parche se pone de nuevo. Y todo recomienza...
Pero...
Los humanos fuimos castigados con la lógica. Nos obligan a pensar, a razonar, a buscar explicaciones. No podemos pacer tranquilos en el bosque: tenemos que saber...
La batalla se plantea de nuevo... Todo es un gran desgaste...
Y mandas esos mail a Centro de Derechos Humanos... A tu lógica no le basta con presunciones, quieres PRUEBAS, objetivas, palpables porque ya te has dado cuenta que no puedes con él. Que el psicópata te supera (que tú deseas que te supere, que tu animalito desea ser vencido) que le bastan dos palabras, una mirada, un abrazo, el toque de su mano, verlo, para que el sueño comience de nuevo.
La lógica tiene un aliado poderoso: el sufrimiento. Tú sufres. Te desgastas: sabes que él es un gran actor, pero que tú tienes que armar el teatro todos los días: clavar los tablones, colgar el telón, hacer el decorado: es agotador, y sobre todo, luchar para que nada de eso te parezca, a tí misma, un teatro, sino que parezca una realidad, tu realidad. Y te das cuenta que estás participando más que él en todo esto: que él simplemente espera que termines tu agotador trabajo para subirse al escenario y hacer las cuatro morisquetas y luego baja a descansar y a que le sirvas su comida. Es la estrella.
Todo esto tiene su toque de "magia", de hipnotismo, y sería hasta gracioso si no fuera tan trágico en la realidad: es un parásito devorando tu vida, tu vida real, y eres tú misma la que se corta pedazos de tu propio cuerpo para darle de comer.
Después es una cuestión ya de supervivencia: él o yo. (Y muchas complementarias lo eligen a él, y se consumen o tienen la enorme suerte que el parásito pierda interés por ellas y parasite a otras).
Le quitas la máscara, y le muestras las pruebas, y lloras mucho.
Lloras mucho porque has ganado perdiendo. Porque te has ganado a ti misma y has perdido algo tuyo que el psicópata, con su "varita mágica" ha creado o despertado, dentro de tí. Y que nunca volverá.
Y lloras tres días y más...
Ahora te sientes libre y sola. Y buscas en los otros aquella magia, y sólo son hombres. Hombres comunes, normales, hasta buenos, pero a tu paladar saben sosos.
Hay tanta pimienta, tanta adrenalina, en la relación con el psicópata, que estas relaciones normales te parecen agua mineral. Dietéticas.
Pero...
Tiempo al tiempo.
Poco a poco, la ternura que hay en los hombres se hace un lugar. Es como un nido cálido, lejos de las llamas, lejos del volcán, pero que también tiene su encanto. Debes darle tiempo porque al principio tu animalito compara, y bosteza. Luego se resigna: es lo que hay. Y luego empieza a disfrutar otra vez, de otra manera...
Querida y valiente Kara, poeta: no puedo usar contigo el ejemplo que le doy a las complementarias de Buenos Aires, de España... a ellas les digo: "Imaginen que viajan un tiempo a México y comen chile y esos condimentos tan fuertes, y se acostumbran a ellos, el paladar se les hace aguantador de esos fuegos, y luego vuelven a Buenos Aires, donde el condimento más usado es... la sal, y poca ¡qué soso, insípido, resulta todo!, hasta que con el tiempo, el paladar recuerda, pero se acostumbra". Y la vida vuelve a gustarte pintada con colores pasteles, suaves.
Lo mejor para tí.
Dr. Hugo Marietan