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ALCMEON 11

Antecedentes y perspectivas de la neuropsicología actual

Víctor Feld


Del corazón al cerebro
Egipto ha sido cuna de importantes aportes científicos. Un papiro que data del siglo XVII a.C., describe un tratado neuroquirúrgico que presenta 48 casos clínicos. Entre otras cosas, manifiesta los daños producidos en el cráneo y en el cuello. Marca las consecuencias de éstos a gran distancia. Uno de los casos produce asombro porque la dislocación de las vértebras del cuello determina en el paciente “inconsciencia de sus dos brazos y piernas, erección del falo, eyaculación y pérdida involuntaria de orín”.
A pesar de la objetividad con que los egipcios trataron estos temas, no pudieron abstraerse de la subjetividad predominante en la época y persistió la idea de que el corazón es el órgano responsable de la vida, de la inteligencia y de los sentimientos. Esos conceptos fueron los que desde esos días contribuyeron a una permanente búsqueda de la verdad. Y extrañamente, a su vez, el estudio del cerebro quedó para mejor momento por siglos, a pesar de las manifestaciones existentes.
El cerebro ha sido un órgano que abrió en el campo de las ciencias grandes interrogantes vinculados a la esencia de la vida misma. Su conocimiento ha dividido a la investigación entre quienes postularon un dogmatismo cerrado y los que buscaron entender el dinamismo que entraña el funcionamiento del sistema nervioso, de su organización y del desarrollo de los procesos superiores, así como de sus actividades fisiológicas.

El momento actual
Vivimos una época apasionante, de grandes transformaciones, cambios y modificaciones en la vida de los hombres. Nuevos fenómenos en el presente permiten anticipar que es factible un salto de cualidades similares al que nos legaran sabios del nivel de Darwin y Newton.
Los estudios sobre la astrofísica, la ecología, las comunicaciones, la cibernética, los sistemas integrados, e incluso nuevos conceptos paleontológicos y filosóficos, exigen revisar nuestras teorías. Sin renegar de ellas, debemos abordar la aventura de nuevos y renovados conocimientos.
Al calor de estos hechos buscamos afirmar, mejorar o modificar las explicaciones del funcionamiento cerebral. Un renovado interés se produce en su conocimiento. Es conveniente definir un hilo conductor en la historia de la neuropsicología que dé sustento a su desarrollo actual. Es una tarea apasionante y no por cierto fácil.
A lo largo del tiempo pueden encontrarse referencias más o menos precisas sobre el conocimiento de las funciones cerebrales superiores y su desarrollo, como elementos anticipatorios.

Los conocimientos a.C.
Es sabido que desde Hipócrates (siglo V a.C.) se considera al encéfalo como asiento del intelecto del ser humano. Herófilo, 200 años más tarde, dividió el encéfalo en ventrículo medio, depositario de las cogniciones, y ventrículo posterior. El salto más interesante lo dio Galeno, en el siglo II a.C., al proponer que la cognición tiene lugar en las áreas corticales y subcorticales del encéfalo. Esta teoría fue confirmada 1800 años más tarde por Vesalio.
Pero los principales avances en el estudio de las funciones encefálicas se logran en los últimos tres siglos. La investigación clínica funcional y patológica permitió nuevos hallazgos.
Gall sugirió la localización diferencial de las funciones, aunque evidenciando las limitaciones del momento. Planteó que el habla y el lenguaje se encuentran en el manto cortical de los lóbulos frontales. De un modo adecuado, a su vez, sugirió que los mecanismos sostenedores de la vida debían encontrarse en el tronco encefálico, en tanto las funciones intelectuales y cognitivas serían resultantes de la actividad neural en los dos hemisferios cerebrales.
Un propagador de la teoría de Gall fue Jean Baptiste Bouillaud, quien sugirió que discretas lesiones podían dar por resultado la parálisis de las extremidades.
Ernest Auburtin, en 1861, presentó un trabajo en la Sociedad de Antropología de París y avaló las hipótesis de Gall. Señaló en su información que los lóbulos anteriores eran responsables del habla.
Pierre Paul Broca presenció la presentación de Auburtin y lo invitó a visitar a un paciente “que padecía de bloqueo en el habla, junto con una parálisis del lado derecho del cuerpo”. Este paciente, de nombre Laborgue, era llamado “Tan Tan” por ser la única sílaba que podía pronunciar.
Cuando el enfermo falleció, Broca examinó el encéfalo y encontró una lesión que tomaba la primera circunvolución temporal, la ínsula, el cuerpo estriado y porciones de la circunvolución transversal inferior.
Más tarde Broca examinó a 8 pacientes que no podían hablar y que padecían lesiones en la región frontal izquierda. Esto atrajo sin duda el interés de los anatomistas y neurólogos de su época.
En 1874, a los 26 años, von Wernicke publicó su disertación doctoral “Der aphasiche Symptomenkomplex” demostrando que el daño en la región posterior del lóbulo temporal daba por resultado un déficit en la comprensión. Pensaba que esa área encefálica era “responsable de las imágenes auditivas en comparación con el área de Broca preprogramada para imágenes motoras, ambas conectadas mediante una comisura neural”.
El análisis de esos casos, la comprensión de los mismos por dos eminentes neurólogos, el debate abierto acerca de la importancia del descubrimiento para considerar el funcionamiento del sistema nervioso, abrió infinitas especulaciones, de las cuales dan cuenta las importantes reuniones científicas realizadas en la época en La Salpêtrière, con defensores y detractores, particularmente desde enfoques que especulaban con criterios ya localizacionistas, ya funcionalistas.
“Evidentemente, esos descubrimientos habían aparecido en el momento justo, cuando la búsqueda se centraba en la necesidad de ubicar el órgano de la actividad mental. Las investigaciones eran rigurosas y los resultados aparentemente contundentes. Es la belle époque de las localizaciones cerebrales y se deberá a Broadmann, en 1909, el mapa más discriminativo, resultado de múltiples trabajos en monos y hombres”.
Un avance en esta diversidad de aportes y en contra de los rígidos conceptos localizacionistas lo constituyeron los trabajos de Jackson (1874), quien pensaba “que el encéfalo está organizado jerárquicamente y que la patología revierte, en esencia, el proceso evolutivo, permitiendo que tomen el comando sistemas neurológicos más primitivos”.
Jackson lanzó la idea de que la función del hemisferio izquierdo era revivir automáticamente imágenes, y la del hemisferio derecho era la del recuerdo y del reconocimiento voluntario de éstas.
El auge del localizacionismo llegó a la Primera Guerra Mundial, facilitando el estudio de las afecciones encefálicas limitadas.
Lashley (1938) fue uno de los que proporcionó evidencias contra esos argumentos. Señaló que la localización de lesiones no era tan importante en la pérdida funcional como la masa de tejido involucrada en la lesión, posición que se incorporó reiteradamente en distintos momentos y fue apoyada por eminentes autores (Flourens, en 1824, y Coltz, en 1884).
Un enfoque particular fue dado a su vez por Monakov (1914), Head (1926) y Goldstein (1927), quienes sostuvieron que “los complejos fenómenos de semántica o conducta categorial son el resultado de la actividad de todo el cerebro más que el producto del trabajo de áreas del cortex cerebral”. Las limitaciones de este enfoque estuvieron dadas por el hecho de separar las estructuras cerebrales y reconocer su especial naturaleza espiritual, posición que asumieron finalmente autores como Monakov y Mourgue (1928), y Sherrington (1934, 1942).
Es en este punto donde autores como Anokhin (1935) y posteriormente Luria (1974) abordan la estructura cerebral desde una concepción funcional, ubicándola en la dimensión de “complejo sistema funcional” que abarca muchos componentes pertenecientes a diferentes niveles de los aparatos secretor, motor y nervioso. Dichos sistemas funcionales no sólo difieren entre sí en la complejidad de su estructura, sino también en la movilidad de sus partes componentes.
De este modo Luria postula dos características vitales de tales sistemas. La primera se refiere a la realización de estos sistemas complejos funcionales como una tarea continua ejecutada por mecanismos variables que llevan el proceso a un resultado constante. La segunda característica distintiva es la composición compleja del sistema funcional que incluye siempre una serie de impulsos aferentes (de ajuste) y eferentes (efectores), de acción.
Esta concepción aparece en esencia como un punto de corte entre los postulados mecanicistas del funcionamiento cerebral y aquellos cuyo objetivo es descubrir “las bases cerebrales de las más complejas formas de actividad mental”. En estos momentos podemos ubicar en consecuencia el nacimiento de la neuropsicología.
Antepuesto a los criterios enunciados más arriba se eleva el fundamento de la existencia de distintos niveles de jerarquía subordinados unos a otros o bien en interacción. De tal modo las estructuras inferiores se subordinan a las estructuras superiores, pero en esencia no explican la capacidad de las funciones superiores en un todo. De un lado los conceptos surgidos en ámbitos de Europa y del otro los países anglosajones.
Habiendo pasado varias décadas y si se quiere siglos, la dualidad persiste. Y aun más, la división entre los anatomistas, fisiólogos, psicólogos, neurólogos, atrapados todos por las limitaciones de los campos conceptuales, “dejando para los psicólogos la explicación del papel de las funciones cerebrales superiores”.
Es en los primeros años de este siglo que las ciencias se maravillan frente a los movimientos científicos que revolucionan el pensamiento. La psicología avanza hacia el fenómeno de la conducta, con el inconsciente oscuro e insondable. Hacia el siglo XXI esperamos encontrar un camino común que sintetice y aclare los interrogantes existentes.
En este recorrido es lícito considerar los antecedentes de Pavlov. Pavlov concibió su actividad investigativa como un método de análisis de la actividad nerviosa superior, con lo que contribuyó a su vez a una mejor comprensión de la doctrina de los analizadores y el concepto de unidades de aprendizaje. Demostró el carácter dinámico flexible y plástico propio de la corteza cerebral, sobre la cual se sustenta la actividad psíquica y las funciones cerebrales superiores. Este criterio dinámico es lo que permitió ver en la corteza la función, la actividad nerviosa superior y los complejos procesos de análisis y síntesis.
Pavlov caracterizó los comportamientos en relación con tres aspectos:
1) Las experiencias vividas y su fuerza,
2) las características funcionales del cerebro, y
3) el concepto de analizador.
El contexto conceptual de esta propuesta pone en tela de juicio el criterio sobre la especificidad de las fibras nerviosas. El mismo procesamiento de la información requiere tanto de los receptores como de su conducción, dejando para la corteza la función integrativa de la información y el carácter de la respuesta.
El “reflejo condicionado de Pavlov” se diferencia sustancialmente del tradicional concepto de reflejo como mecanismo automático e involuntario, transformándose en una característica de los grandes hemisferios cerebrales. Éste y la capacidad de memoria son la esencia para considerar los fundamentos neurodinámicos del funcionamiento cerebral.
Con los estudios de Pavlov comienza un proceso nuevo en el conocimiento de la actividad nerviosa superior. Son sus sucesores científicos Luria, Vigostsky y Leontiev quienes dan al conocimiento del funcionamiento cerebral una nueva dimensión. Sus fundamentos se basan en el criterio de funcionalidad, modificando el localizacionismo estricto y ubicando la actividad nerviosa superior en un contexto dinámico y social.

La neuropsicología actual
La Neuropsicología, desde nuestro enfoque, ha llenado un vacío teórico. Su ubicación en el cruce que compone la neurología y las neurociencias por un lado y la psicología por el otro, es el sustrato que permite explicar la base material sobre la que se asientan los fenómenos de la psiquis humana.
Tanto los fenómenos representacionales como la explicación de las represiones exigen una estructura que la sustente como una base funcional (que dinamice esos fenómenos). Sobre la base de los sistemas interfuncionales cerebrales se establecen y crean conexiones e interrelaciones dinámicas y a su vez estables.
Dichos sistemas funcionales tienen un origen social si se considera la interacción del individuo con el medio y la interiorización de dispositivos externos como fenómenos de permanente adaptación y aprendizaje que implican la actividad coordinada y jerárquica de las distintas áreas corticales y subcorticales, donde cada eslabón aporta sus aptitudes para el logro correspondiente. Por lo tanto el cerebro no contiene todas las aptitudes psíquicas encerradas en su estructura morfológica; por el contrario, lo que contiene el cerebro humano es la potencialidad para formarlas, pero esta base biológica deberá interiorizar en el proceso de aprendizaje el mundo de los objetos y fenómenos humanos.
Naturalmente que dichos sistemas funcionales no determinan el contenido psicológico de las distintas estructuras de la personalidad, sino solamente posibilitan su funcionamiento y permiten darle un fundamento material-funcional.
Como consecuencia de ello “el hombre no nace provisto de todas las adquisiciones históricas de la humanidad. Aquellas que resultan del desarrollo de las generaciones humanas no están encarnadas en él, en sus disposiciones naturales; sino que se encuentran en el mundo que rodea al hombre, en las grandes obras de la cultura humana. Sólo después de todo un proceso de apropiación de estas adquisiciones —el cual se desenvuelve en el curso de su vida— puede el hombre adquirir de verdad propiedades y aptitudes humanas. Ese proceso lo pone, por así decir, sobre los hombres de las generaciones anteriores y lo ubica muy por encima del mundo animal” (Leontiev).

El aporte de la fisiopatología a la neuropsicología
Como queda demostrado en múltiples trabajos históricos y considerando la primer parte de esta reseña, la patología realizó un invalorable aporte a la comprensión de las funciones cerebrales. En nuestro medio, Azcoaga realizó una interesante síntesis de este concepto. Así señala que “la fisiopatología de la actividad nerviosa superior comprende un conjunto de procesos dinámicos que son la modificación, en otro nivel, en el patológico, de los procesos normales de la actividad nerviosa superior”. Esta postulación, que ha servido para comprender las modificaciones funcionales de la actividad nerviosa superior, está asentada en los rasgos sintomáticos y signológicos característicos de cada fenómeno de desorganización funcional como en las variadas y rápidas modificaciones que se producen en el proceso de una enfermedad.
Del mismo modo, Luria postuló que “el hecho de que perturbaciones del sistema funcional puedan aparecer prácticamente al lesionar cualquier eslabón, no significa en modo alguno que la función se altere en la misma medida con cualquier lesión del cerebro, ni que tengan razón los antilocalizacionistas y el cerebro funcione como un todo homogéneo, equipotencial”.
Basta recordar la compleja y altamente diferenciada estructura del cerebro para percibir toda la inconsistencia de esos puntos de vista. “De este modo el funcionamiento cerebral y sus actividades psíquicas pueden perturbarse en diferentes regiones. La perturbación así establecida puede ocasionar diferentes sufrimientos de la función”.

La neuropsicología cognitiva
A partir de la década de 1940 comienza a desarrollarse una corriente de pensamiento nuevo en la neuropsicología. Su inspiración deviene de la contribución realizada por las ciencias cognitivas. Estas últimas se producen a consecuencia de una reacción en el seno de los investigadores (particularmente anglosajones) contra el behaviorismo, que había triunfado poco tiempo atrás.
Más precisamente, setiembre de 1948 marca un giro en la neuropsicología norteamericana y mundial. En el Instituto de Tecnología de California se reúnen diversos investigadores de variadas disciplinas para discutir la manera en que el sistema nervioso controla el comportamiento (título del Simposio: “Cerebral mechanism in behaviour”). Entre los presentes figuran John von Neuman, Warren Mc Cullogh y Karl Lashley. El eje de sus posturas es encontrar el vínculo entre el modo de tratamiento de la información por el cerebro humano y su correlación con el tratamiento “estrictamente lógico de las máquinas computacionales salidas de la ficción científica de un Da Vinci, de Julio Verne”.
Karl Lashley plantea la necesidad de no prescindir nunca más de la noción de representación mental, del concepto de anticipación y representación. En consecuencia estos investigadores se oponen firmemente a la noción de “estímulo-respuesta” (Nespoulous).
En septiembre de 1956, nuevamente en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, se produce un nuevo evento que incide en la neuropsicolingüística. En esta instancia se realiza un nuevo Simposio sobre la teoría de la información, donde nuevos investigadores presentan sus afirmaciones en el sentido de nuevos aportes.
Noam Chomsky postula que “el espíritu humano, hospedado en el cerebro, elabora en su profundidad el lenguaje cuyas ramificaciones superficiales observadas en el mundo visible del comportamiento no pasan apenas de un pálido reflejo engañoso”.
Gardner propone en 1985 cinco aspectos de las ciencias cognitivas vigentes hasta nuestros días, íntimamente relacionados con la neuropsicología.
Los mismos son:
1) Diferentes niveles de representación sobre los que se apoyan las funciones mentales;
2) necesidad del computador como simulador lógico de las operaciones mentales;
3) necesidad de minimizar el contexto para no introducir muchos grados de libertad en la arquitectura funcional que se intenta producir;
4) constituir una interdisciplinariedad en torno a la filosofía, psicolingüística, inteligencia artificial, antropología y neurociencias;
5) un enfoque filosófico que cuestione y al mismo tiempo se apoye en esta nueva realidad.
Nespoulous sintetiza de este modo su particular enfoque del aporte tanto de Lashley como Chomsky: “El objetivo de la neuropsicología cognitiva es por lo tanto claro: determinar la arquitectura funcional que sustenta el comportamiento verbal y los núcleos que pueden estar alterados. Determinar los núcleos de representación de los procesos que en un determinado paciente se encuentran alterados. Caracterizar de la forma más precisa posible las operaciones mentales que están alteradas o intactas en el afásico, y especificar también las posibilidades adaptativas y algunas veces paliativas”.

Neuropsicología y avance tecnológico
El avance tecnológico ha favorecido enormemente el conocimiento de la actividad nerviosa superior. Su utilización en beneficio del hombre ha permitido mejorar la perspectiva de vida y el conocimiento más íntimo del cerebro. Gracias a las imágenes anatómicas y funcionales, mejoró la detección precoz de enfermedades invalidantes. A su vez, en la neuropsicología los aportes que devienen de la electrofisiología, de las imágenes anatómicas y funcionales como la tomografía, la resonancia, la emisión de positrones o del diagnóstico clínico, han mejorado la detección de la patología neuropsicológica.
También en el plano de la neuropsicología infantil los avances son evidentes. Podemos corroborarlo por ejemplo en las posibilidades que nos brinda la ecografía cerebral en los primeros seis a doce meses de vida a través de las imágenes transfontanelares que permiten tener una idea dinámica de las lesiones cerebrales, sus consecuencias y su evolución.
Los estudios recientemente realizados con SPECT han facilitado afirmar la presunción existente en la afasia epiléptica de regiones temporales comprometidas con esta patología.
Estudios realizados con isótopos de xenón radioactivo detectan mayor activación en las regiones cerebrales comprometidas con diversas funciones específicas, como puede ser la escritura o la lectura. La tomografía y aun más la resonancia magnética nuclear muestran lesiones del cerebro que hasta hace poco tiempo era imposible ver.
Sin embargo, esta gama de hallazgos y otros a los que en esta oportunidad no hacemos referencia, no dejan de plantearnos interrogantes frente a variaciones específicas.

La dominancia hemisférica
Gran interés ha despertado entre los neuropsicólogos y lingüistas los problemas que evidencia la comprensión de la dominancia cerebral. Más de cien años nos separan de los primeros estudios sobre lateralidad y dominancia cerebral. Desde los primeros trabajos de Dax, no reconocidos en su época, el debate abierto principalmente por la dominancia cerebral ha dividido a científicos y clínicos. Pero a su vez ha puesto en tela de juicio los conceptos monolíticos del psiquismo humano. Diversos estudios han mostrado que “las tareas asignadas, el papel del trabajo y la estrategia para desarrollarlas han sido los que a lo largo de la historia del hombre conforman la dominancia cerebral hemisférica”.
Dice al respecto Azcoaga “una concepción así nos permitirá descubrir, detrás de la aparente dicotomía de zurdos y diestros, una más amplia variedad de categorías que van de los mencionados a otras como los ambidextros, los ambilevos, los zurdos latentes, etcétera. Esta misma concepción permite en consecuencia especular sobre el carácter transmitido, heredado de la dominancia”.
En efecto, se ha señalado que los rasgos de la dominancia se transmiten por un gen. Sin embargo, este hecho no ha sido plenamente observado. Asimismo la dexteridad o zurdería ha sido aparentemente observada en la actitud del recién nacido y en las actitudes instintivas o adquiridas de las próximas semanas a su nacimiento. Podemos afirmar que si bien ello no es definitivo, ambos elementos —tanto la herencia como las costumbres sociales— pueden definir la conducta de estos niños, asentados en diferentes estrategias para la utilización de las manos. Esta preferencia se consolida en etapas posteriores a los tres o cuatro años.

Lateralización y funciones cerebrales superiores
Un punto de gran interés en los temas relacionados con la dominancia cerebral es el lenguaje. En particular a la hora de intentar explicar las correlaciones entre localización y afasia. Lo contradictorio ha sido manifestado por el hecho que no todos los que sufrieron una hemorragia o lesión en centros nerviosos comprometidos con el lenguaje tienen afasia, aunque su conducta haya sido la de un diestro. Es por ello que este fenómeno abona la idea que “la lateralización de la función del habla y su dependencia del hemisferio izquierdo no es absoluta” (Luria).
Vuelve a plantearse la posibilidad de que esta función dependa del hemisferio izquierdo o de una serie de formas intermedias no definidas absolutamente. Posiblemente el reconocimiento de una mayor tendencia del hemisferio derecho para las funciones del habla haya sido el elemento principal que lleva a considerar el hemisferio izquierdo como dominante y el derecho como subordinado.
La asimetría anatómica también ha estado en el centro de las explicaciones con respecto a la lateralidad cerebral. Efectivamente, diversos estudios anatómicos intentaron demostrar la predominancia del hemisferio izquierdo contra el derecho. Por ejemplo, se ha encontrado que la cisura silviana izquierda es más larga que la derecha. Sin embargo, esta tendencia no pudo ser demostrada ni en hombres ni en animales.
Geshwind señaló que “si se pudiera descubrir correlatos funcionales de este sesgo anatómico llegaría a contarse con un modelo animal de la dominancia cerebral antropoide. Pero hasta ahora no se ha descrito ningún ejemplo definitivo de asimetría funcional en el cerebro de los grandes monos, que son más próximos al hombre”.
A lo expresado se une la asimetría existente para los que desarrollan actividad musical. Lo mismo ocurre con las praxias, las gnosias, la memoria topográfica, etcétera.
En síntesis existe una especialización no absoluta de los hemisferios cerebrales, como ser para la creatividad práctica o el lenguaje en el caso del hemisferio izquierdo. Fue Levy (1977) quien señaló que la asimetría funcional es el resultado biológico del proceso de adaptación del individuo en el transcurso de la evolución filogenética. La lateralización de las funciones permitió a la especie humana el desarrollo de formas particulares de habilidades, de destrezas manuales y de modos de pensamiento, aumentando su adaptación.

Nuestra perspectiva
Ninguno de los temas enunciados hasta aquí pueden ser considerados cerrados. Es mucho más aun lo que se puede expresar sobre la diversidad en la neuropsicología. Un importante movimiento de esta ciencia se produce en el mundo, tanto en los países desarrollados como en el Tercer Mundo. Diversos grupos y universidades postulan la formación académica, científica, de licenciaturas y maestrías que redundarán sin duda en mayores y mejores explicaciones de los entrañables y por momentos insondables fenómenos del cerebro.

Bibliografía
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A. Ardila, Neuropsicología Clínica, Asociación Colombiana de Neuropsicología, Prensa Creativa, 1992.
J.E. Azcoaga y col., Las funciones cerebrales superiores y sus alteraciones en el niño y en el adulto, Buenos Aires-Barcelona, Paidós, 1983.
V. Feld, “La neuropsicología y sus contribuciones teóricas”, en: 1º Congreso Latinoamericano de Neuropsicología, Buenos Aires, junio 1989.
H. Gardner, La nueva ciencia de la mente, Paidós, 1988.
E. Guzmán, Neuropsicología, Universidad Nacional de Colombia, 1983.
W.G. Hynd, Dislexia, Panamericana, 1987.
R. Krawchik, “Bases neurobiológicas de la conducta y la cognición”, en: Enfoque Neuropsicológico, mayo 1992.
A.R. Lecours, “A Season in the Life of a Chair”, en: Twenty-fourth Annual Meeting of the Academy of Aphasia, Santa Fe (Nueva México), oct. 1989.
A.R. Luria, Cerebro y lenguaje, Barcelona, Fontanella, 1978.
A.E. Luria, El cerebro en acción, Barcelona, Fontanella, Barcelona.
J.L. Nespoulous, “Temas de neuropsicología”, en: Sociedad Brasileña de Neuropsicología, vol. 1, 1993 págs. 19-37.
S.P. Springer, Cerebro izquierdo, cerebro derecho, Barcelona, Gedisa, 1985.

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