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ALCMEON 14
Acerca de las así llamadas fobias parasitarias
K.A. Ekbom
Traducción: Eduardo Mario Oliva y Elsa Laren
Introducción
Con la traducción del presente trabajo queremos dar continuación a una monografía anterior presentada acerca de este interesante síndrome.
Karl Axel Ekbom nació en Gotemburgo el 23 de septiembre de 1907. Murió el 15 de marzo de 1977 en Uppsala. Hijo del licenciado en Medicina Karl Johan Ekbom y de Elisabeth Möller. Tuvo tres hijos: Karl (1935), Torsten (1938) y Gunnar (1940). Uno de sus hijos, Karl, es actual profesor de Neurología del Karolinska Institutet.
K.A. Ekbom realizó sus estudios en Gotemburgo. El 15 de enero de 1927 se inscribió en el Karolinska Institutet y allí rindió su examen de candidato en Medicina; obtuvo su título de licenciado en Medicina el 26 de abril de 1934. El 30 de mayo de 1945 obtuvo con su tesis Restless legs syndrome el título de doctor en Medicina (Ph. D.) En diciembre de ese mismo año fue nombrado docente en Neurología en el Karolinska Institutet. Cortos nombramientos en la Clínica Neurológica del Serfimerlasaret, 1931-1932 y 1934; Psykiatriska Sjukhuset en Estocolmo en 1933; Departamento de Medicina del Sahlgrenska Sjukhuset de Gotemburgo en 1934-1935; un nombramiento en el Instituto Beckomberga, de Estocolmo (allí publicó, en 1938, su célebre trabajo Der praesenile Dermatozoenwahn, que sucedió al que ahora publicamos y que esperamos dar a conocer en castellano en otra ocasión); médico auxiliar del director de la Clínica Neurológica del Sahlgrenska Sjukhuset en 1949.
El 24 de enero de 1958 fue designado con el cargo de profesor en Neurología, para desempeñarse en la Universidad de Upsala.
En 1949 obtuvo el premio Svenska Lakarsallskapets Lennmalmspris por su trabajo Restless legs.
Su extensa bibliografía supera los objetivos del presente trabajo; su obra científica fue continuada por su hijo, el profesor Karl Ekbom, a quien agradezco el envío de los principales trabajos de K.A. Ekbom.
Va pues la traducción del primer estudio acerca del delirio de parasitosis, de una serie de dos monografías de 1937 en idioma sueco:
Eduardo Mario Oliva
Acerca de las así llamadas fobias parasitarias
Es frecuente dentro de la psiquiatría encontrarse con casos que no resulta fácil diagnosticar en forma verdaderamente satisfactoria. Por otra parte, en la actualidad los pacientes psiquiátricos son diferentes a los antes, gracias a la internación voluntaria, a los departamentos de neurosis, a los policlínicos, etcétera. Es por ello natural que nos encontremos a veces con cuadros de enfermedades desconocidos para la psiquiatría clásica. La que a continuación paso a relatar es una forma de enfermedad muy poco conocida. Los pacientes en cuestión imaginan tener parásitos, y por lo tanto consultan primero a los dermatólogos, quienes debieran tener mayor experiencia al respecto. En la literatura dermatológica estos casos se designan como parasitofobias. Pero, naturalmente, los dermatólogos no se han interesado en la parte psiquiátrica del asunto. Las así llamadas fobias parasitarias no son, en primer lugar, fobias, y en segundo lugar, en general, tampoco son cuadros delimitados de una enfermedad. Desde el punto de vista de la psiquiatría dichos pacientes ofrecen bastante interés. Es evidente que de las fobias parasitarias en sentido dermatológico se puede separar un síntoma psiquiátrico bien definido. Antes de pasar a sus signos característicos voy a relatar un caso típico.
Se trata de una camarera divorciada de 55 años. Ninguna herencia de enfermedades nerviosas o mentales. Contagiada de sífilis a los 33 años. Tratada lege artis. Liquor normal en 1936. A los 50 años le apareció erupción con picazón. Recibió cura por sarna y estuvo libre de la picazón durante 3 años, pero a los 53 tuvo un serio prurito en la cabeza que aún, después de dos años y medio, sigue teniendo. Se agudiza por las noches y no le permite dormir. Siente también como si algo se arrastrase por el pelo. La paciente está segura de que es sarna, que le ha subido a la cabeza. Un tiempo antes de comenzar la picazón, tuvo erupción en una de las manos; creyó que era sarna y se trató por sí misma, frotándose con amoníaco. Asiste frecuentemente trayendo muestras de los animales de la sarna en un papel. Dichos animales se componen de toda clase de basuritas, tales como arena, partículas de suciedad, etcétera. La paciente los atrapa arañando el pelo entre los dedos. Ha tomado enérgicas medidas para exterminar los animales. Se lava y peina el cabello constantemente y ha invertido grandes sumas en champúes y pomadas. Se ha obligado a realizar varias curas de sarna de piel y no se deja convencer en lo más mínimo, a pesar de que los médicos le han asegurado infinidad de veces que no tiene sarna. Finalmente se cansaron de ella y la remitieron a consulta psiquiátrica. La paciente es de constitución pícnica y bastante robusta. Es dispuesta, cordial y amable. De naturaleza alegre, pero preocupada y afligida por su enfermedad. Cuenta con gusto acerca de los animales y puede continuar su amplio y minucioso relato infinitamente, si no se la interrumpe. No es fanática, pero no escucha razones convincentes, y resulta imposible convencerla de que los animales son imaginarios. Su inteligencia parece relativamente buena. No presenta síntomas de parálisis ni psíquicos; especialmente ninguna alucinación, ni alusiones ni ideas de persecución.
Personalmente, no alcanzo a informar acerca de otros casos, pero he reunido 7 en medio año, razón por la cual los síntomas de la enfermedad no pueden ser tan raros. Todos son bastante similares. En realidad, lo que varía es sólo el nombre del animal. Pueden llamarse gusanos, bacilos, pulgas, etcétera, hasta pequeños ratoncitos. La totalidad de los pacientes son mujeres. Seis de cada siete están entre los 52 y 58 años. La séptima tiene 73 años, pero es posible que haya estado enferma durante 20 años. La menstruación se interrumpió hace varios años (como mínimo 4). En la literatura he hallado 15 casos más, uno de ellos en Suecia (J. Strandberg). También se trata en su totalidad de mujeres, la mayoría en la etapa presenil.
Desde el punto de vista psiquiátrico, todos esos casos (los míos propios y los extraídos de la literatura), se caracterizan en primer lugar porque la idea de los animales actúa completamente aislada; faltan todos los demás síntomas psicóticos. En segundo lugar, esa idea tiene el carácter de pensamiento de descanso (y no, por ejemplo, coercitivo). Los pacientes carecen de crítica y las ideas no se corrigen nunca. En tercer lugar, las ideas están dentro del límite de lo posible y no poseen rasgos barrocos o fantásticos. Los pacientes relatan sobre sus animales de manera concreta y convincente, y no es de extrañar que engañen a las personas que los rodean. El sistema está construido con lógica, pero con torpeza. Las pacientes son a veces muy conversadoras, pero los detalles que aportan son pocos y se repiten constantemente. No surgen especulaciones extensas y sus relatos varían poco con el curso del tiempo. La marcha de la enfermedad parece ser crónica. Sólo en uno de mis casos las ideas perdieron actualidad, pero no se logró la comprensión de la enfermedad. Para saber lo que finalmente ocurre con los pacientes, se los debe seguir durante años. En la literatura se encuentra el caso de una paciente que ha estado enferma durante 6 años sin que los síntomas mermaran en intensidad y sin que apareciera ningún otro síntoma psicótico.
Las molestias de las que se quejan los pacientes son, en la mayoría de los casos, picazón; en otros casos pinchazos o la sensación de que algo se arrastra sobre o debajo de la piel. La localización varía de caso en caso. Las molestias pueden extenderse por todo el cuerpo, pero generalmente están más o menos delimitadas. Especialmente común es la picazón en el cuero cabelludo. Podemos pensar ahora en dos posibilidades: o bien se trata de verdaderas alteraciones mentales que se malinterpretan, o son alucinaciones táctiles. Existen varias circunstancias que llevan a suponer que se trata de verdaderas alteraciones mentales:
1) Los pacientes describen por sí mismos las sensaciones, más concreta y convincentemente que los pacientes que sienten corrientes eléctricas. Estos últimos suelen decir mucho sobre las personas y aparatos que emiten las corrientes, acerca de la dirección de la que provienen, etcétera, pero muy poco sobre cómo se siente.
2) Algunos pacientes se rascan.
3) Puede ocurrir que las propias sensaciones permanezcan inalteradas durante largo tiempo, mientras que las interpretaciones varíen algo. Una paciente creía, por ejemplo, que su corazón se manifestaba por pequeños granos; luego creía que eran animales. Esto lleva a suponer que la picazón es lo primario.
4) Con algunos pacientes se logra entablar una discusión y el razonamiento es entonces aproximadamente así: Doctor, usted asegura que yo no tengo ningún animal, pero, en tal caso, la picazón tendrá que deberse a alguna otra causa. Y las pacientes que disimulan, intentan negar haber hablado alguna vez de animales, pero describen la comezón exactamente igual que antes. O sea que pareciera que los mismos pacientes pueden separar las molestias como tales y su interpretación de las mismas.
5) Parecería poco usual que se presenten sólo alucinaciones tactiles, sin otros síntomas psicóticos.
Quienquiera que sufra de sensaciones de piel semejantes, puede llegar a pensar que son ocasionadas por pequeños animales. Pero si está psíquicamente sano, no conserva ese concepto durante años, a pesar de todas las afirmaciones de los médicos y del entorno de los pacientes. Todas mis pacientes se encuentran en el período presenil. En las edades más avanzadas existe ya una predisposición fisiológica a sostener las ideas con terquedad y una disminuida afabilidad por las críticas. Existen algunos estados de enfermedad (ciertamente menos comunes) durante los cuales el extravío mental surge sólo en el período presenil, aunque el material para los extravíos haya sido accesible durante años. Me refiero a Verfolgungswahn der Schwerhörigen y Praeseniler Begnadigungswahn de Rubin. El factor externo (dureza de oído) seguido de confianza, pérdida de libertad seguida de anhelo de libertad, ha estado presente en esos pacientes durante décadas, antes de que los desvaríos mentales comenzaran a producirse en la período presenil. Evidentemente, se ha producido aquí cierta modificación de la personalidad, en relación con el período presenil. Es imposible determinar si esa alteración tiene como causa las modificaciones dentro del organismo, que acompañan al envejecimiento normal, o alteraciones por edad en grados inusuales, o bien un proceso de enfermedad más específico que comienza en la época presenil. En mis casos, considero que el período presenil es directa o indirectamente causal, tanto del factor externo (sensaciones en la piel), como del interno (predisposición a producir desvaríos mentales).
Se suponen como causas contribuyentes un intelecto débil y la falta de cultura, pero con seguridad no son necesarios. Los pacientes no son imbéciles, cuanto más algunos de ellos son algo débiles. Uno de los pacientes de Schwarz era la esposa de un rector y había engañado a su marido. Los pacientes carecen además de defectos en la visión, que pudieran explicar que los granos de arena y los pelos fuesen tomados como animales.
Si tratáramos de establecer un diagnóstico sobre el cuadro de esta enfermedad, no resultaría tan fácil. No ateniéndonos a la nomenclatura y llamándola insania presenil, se entiende. Pero esto equivale a tomarlo un poco a la ligera, pues la diferencia es clara con respecto de las psicosis preseniles comunes de tipo paranoico. No se tienen alucinaciones, manías de persecución, de alusión o de grandeza. Y me resulta insatisfactorio hablar de normas abortivas monosintomáticas. El alemán Schwarz, que describió cinco casos bajo el título Zirkumskripte Hypochondrien, los incluye en el grupo de enfermedades maníaco-depresivas. Se trataría de desviaciones mentales depresivas que permanecen durante una fase de hipomanía. En mis casos no hay ningún motivo que indique la veracidad de esta interpretación. Tampoco es conveniente, a pesar de ciertas similitudes, incluirlas entre las paranoicas, pues se carece, por ejemplo, de die Verruckung des Standpunktes gegenüber der Umwelt, y tampoco coinciden con la involución paranoica de Kleist. Los dermatólogos utilizan la designación fobia, que puede parecer admisible si la contemplamos superficialmente. Algunos de mis pacientes limpian sus casas, sacuden sus ropas de cama, se lavan el cabello, etcétera, con tanta minuciosidad que pueden competir con las víctimas de la misofobia (fobia a la suciedad). Pero mis pacientes carecen de la incertidumbre y la comprensión de la enfermedad: no temen tener animales, pues están convencidas de ello. Además, en sus caracteres no se detectan en absoluto síntomas de violencia o fobias. Y las verdaderas fobias suelen comenzar a edad más temprana en la vida.
Es casi superfluo mencionar que ningún cocainómano está incluido en mi material. En los casos de intoxicación por cocaína surgen síntomas similares, pero, puesto que no he visto ningún caso así, me abstengo de comparaciones.
O sea que aquí se encuentra un síntoma característico y bien delimitado (desvaríos mentales del contenido, aislados y de delineación no barroca; parásitos de la piel; aparición en mujeres preseniles). Este síndrome puede, con esfuerzo, incluirse bajo alguna rúbrica de diagnóstico aceptada. No vale la pena discutir si se trata de una enfermedad independiente. En tal caso se podría ampliar un poco los límites e incluir también algunos casos similares, con otros contenidos, en las desviaciones mentales. Por ejemplo el caso de Janet, 158 bis, una mujer de unos 58 años, que creía haber tragado dos alfileres.
Finalmente, en lo que se refiere a la terapia, tanto Strandberg (o mejor dicho un psiquiatra consultado por él) como Schwarz han intentado con el opio, independientemente el uno del otro. Por mi parte, he probado con opio sólo en un caso y el resultado fue que los animales se calmaron mucho, según manifestaciones del paciente. El luminal y el bromo prestan cierta utilidad. En mi único caso, en que se produjo cierta mejoría, ésta llegó en relación con el tratamiento de una hipertonía con afección cardíaca (digitalis, thlocalcin, luminal), pero de allí no se pueden extraer conclusiones precipitadas. Debe intentarse una terapia externa que apacigüe la picazón, lo cual puede brindar cierto alivio transitorio (según mi entender teórico, las molestias en la piel son verdaderas y de ninguna manera imaginarias). A veces puede resultar beneficioso el cambio de ambiente, pero debemos abstenernos de otros métodos sugestivos, muy bien intencionados pero poco efectivos, como curas de sarna, incineración de casas, etcétera.
K.A. Ekbom
Introducción
Con la traducción del presente trabajo queremos dar continuación a una monografía anterior presentada acerca de este interesante síndrome.
Karl Axel Ekbom nació en Gotemburgo el 23 de septiembre de 1907. Murió el 15 de marzo de 1977 en Uppsala. Hijo del licenciado en Medicina Karl Johan Ekbom y de Elisabeth Möller. Tuvo tres hijos: Karl (1935), Torsten (1938) y Gunnar (1940). Uno de sus hijos, Karl, es actual profesor de Neurología del Karolinska Institutet.
K.A. Ekbom realizó sus estudios en Gotemburgo. El 15 de enero de 1927 se inscribió en el Karolinska Institutet y allí rindió su examen de candidato en Medicina; obtuvo su título de licenciado en Medicina el 26 de abril de 1934. El 30 de mayo de 1945 obtuvo con su tesis Restless legs syndrome el título de doctor en Medicina (Ph. D.) En diciembre de ese mismo año fue nombrado docente en Neurología en el Karolinska Institutet. Cortos nombramientos en la Clínica Neurológica del Serfimerlasaret, 1931-1932 y 1934; Psykiatriska Sjukhuset en Estocolmo en 1933; Departamento de Medicina del Sahlgrenska Sjukhuset de Gotemburgo en 1934-1935; un nombramiento en el Instituto Beckomberga, de Estocolmo (allí publicó, en 1938, su célebre trabajo Der praesenile Dermatozoenwahn, que sucedió al que ahora publicamos y que esperamos dar a conocer en castellano en otra ocasión); médico auxiliar del director de la Clínica Neurológica del Sahlgrenska Sjukhuset en 1949.
El 24 de enero de 1958 fue designado con el cargo de profesor en Neurología, para desempeñarse en la Universidad de Upsala.
En 1949 obtuvo el premio Svenska Lakarsallskapets Lennmalmspris por su trabajo Restless legs.
Su extensa bibliografía supera los objetivos del presente trabajo; su obra científica fue continuada por su hijo, el profesor Karl Ekbom, a quien agradezco el envío de los principales trabajos de K.A. Ekbom.
Va pues la traducción del primer estudio acerca del delirio de parasitosis, de una serie de dos monografías de 1937 en idioma sueco:
Eduardo Mario Oliva
Acerca de las así llamadas fobias parasitarias
Es frecuente dentro de la psiquiatría encontrarse con casos que no resulta fácil diagnosticar en forma verdaderamente satisfactoria. Por otra parte, en la actualidad los pacientes psiquiátricos son diferentes a los antes, gracias a la internación voluntaria, a los departamentos de neurosis, a los policlínicos, etcétera. Es por ello natural que nos encontremos a veces con cuadros de enfermedades desconocidos para la psiquiatría clásica. La que a continuación paso a relatar es una forma de enfermedad muy poco conocida. Los pacientes en cuestión imaginan tener parásitos, y por lo tanto consultan primero a los dermatólogos, quienes debieran tener mayor experiencia al respecto. En la literatura dermatológica estos casos se designan como parasitofobias. Pero, naturalmente, los dermatólogos no se han interesado en la parte psiquiátrica del asunto. Las así llamadas fobias parasitarias no son, en primer lugar, fobias, y en segundo lugar, en general, tampoco son cuadros delimitados de una enfermedad. Desde el punto de vista de la psiquiatría dichos pacientes ofrecen bastante interés. Es evidente que de las fobias parasitarias en sentido dermatológico se puede separar un síntoma psiquiátrico bien definido. Antes de pasar a sus signos característicos voy a relatar un caso típico.
Se trata de una camarera divorciada de 55 años. Ninguna herencia de enfermedades nerviosas o mentales. Contagiada de sífilis a los 33 años. Tratada lege artis. Liquor normal en 1936. A los 50 años le apareció erupción con picazón. Recibió cura por sarna y estuvo libre de la picazón durante 3 años, pero a los 53 tuvo un serio prurito en la cabeza que aún, después de dos años y medio, sigue teniendo. Se agudiza por las noches y no le permite dormir. Siente también como si algo se arrastrase por el pelo. La paciente está segura de que es sarna, que le ha subido a la cabeza. Un tiempo antes de comenzar la picazón, tuvo erupción en una de las manos; creyó que era sarna y se trató por sí misma, frotándose con amoníaco. Asiste frecuentemente trayendo muestras de los animales de la sarna en un papel. Dichos animales se componen de toda clase de basuritas, tales como arena, partículas de suciedad, etcétera. La paciente los atrapa arañando el pelo entre los dedos. Ha tomado enérgicas medidas para exterminar los animales. Se lava y peina el cabello constantemente y ha invertido grandes sumas en champúes y pomadas. Se ha obligado a realizar varias curas de sarna de piel y no se deja convencer en lo más mínimo, a pesar de que los médicos le han asegurado infinidad de veces que no tiene sarna. Finalmente se cansaron de ella y la remitieron a consulta psiquiátrica. La paciente es de constitución pícnica y bastante robusta. Es dispuesta, cordial y amable. De naturaleza alegre, pero preocupada y afligida por su enfermedad. Cuenta con gusto acerca de los animales y puede continuar su amplio y minucioso relato infinitamente, si no se la interrumpe. No es fanática, pero no escucha razones convincentes, y resulta imposible convencerla de que los animales son imaginarios. Su inteligencia parece relativamente buena. No presenta síntomas de parálisis ni psíquicos; especialmente ninguna alucinación, ni alusiones ni ideas de persecución.
Personalmente, no alcanzo a informar acerca de otros casos, pero he reunido 7 en medio año, razón por la cual los síntomas de la enfermedad no pueden ser tan raros. Todos son bastante similares. En realidad, lo que varía es sólo el nombre del animal. Pueden llamarse gusanos, bacilos, pulgas, etcétera, hasta pequeños ratoncitos. La totalidad de los pacientes son mujeres. Seis de cada siete están entre los 52 y 58 años. La séptima tiene 73 años, pero es posible que haya estado enferma durante 20 años. La menstruación se interrumpió hace varios años (como mínimo 4). En la literatura he hallado 15 casos más, uno de ellos en Suecia (J. Strandberg). También se trata en su totalidad de mujeres, la mayoría en la etapa presenil.
Desde el punto de vista psiquiátrico, todos esos casos (los míos propios y los extraídos de la literatura), se caracterizan en primer lugar porque la idea de los animales actúa completamente aislada; faltan todos los demás síntomas psicóticos. En segundo lugar, esa idea tiene el carácter de pensamiento de descanso (y no, por ejemplo, coercitivo). Los pacientes carecen de crítica y las ideas no se corrigen nunca. En tercer lugar, las ideas están dentro del límite de lo posible y no poseen rasgos barrocos o fantásticos. Los pacientes relatan sobre sus animales de manera concreta y convincente, y no es de extrañar que engañen a las personas que los rodean. El sistema está construido con lógica, pero con torpeza. Las pacientes son a veces muy conversadoras, pero los detalles que aportan son pocos y se repiten constantemente. No surgen especulaciones extensas y sus relatos varían poco con el curso del tiempo. La marcha de la enfermedad parece ser crónica. Sólo en uno de mis casos las ideas perdieron actualidad, pero no se logró la comprensión de la enfermedad. Para saber lo que finalmente ocurre con los pacientes, se los debe seguir durante años. En la literatura se encuentra el caso de una paciente que ha estado enferma durante 6 años sin que los síntomas mermaran en intensidad y sin que apareciera ningún otro síntoma psicótico.
Las molestias de las que se quejan los pacientes son, en la mayoría de los casos, picazón; en otros casos pinchazos o la sensación de que algo se arrastra sobre o debajo de la piel. La localización varía de caso en caso. Las molestias pueden extenderse por todo el cuerpo, pero generalmente están más o menos delimitadas. Especialmente común es la picazón en el cuero cabelludo. Podemos pensar ahora en dos posibilidades: o bien se trata de verdaderas alteraciones mentales que se malinterpretan, o son alucinaciones táctiles. Existen varias circunstancias que llevan a suponer que se trata de verdaderas alteraciones mentales:
1) Los pacientes describen por sí mismos las sensaciones, más concreta y convincentemente que los pacientes que sienten corrientes eléctricas. Estos últimos suelen decir mucho sobre las personas y aparatos que emiten las corrientes, acerca de la dirección de la que provienen, etcétera, pero muy poco sobre cómo se siente.
2) Algunos pacientes se rascan.
3) Puede ocurrir que las propias sensaciones permanezcan inalteradas durante largo tiempo, mientras que las interpretaciones varíen algo. Una paciente creía, por ejemplo, que su corazón se manifestaba por pequeños granos; luego creía que eran animales. Esto lleva a suponer que la picazón es lo primario.
4) Con algunos pacientes se logra entablar una discusión y el razonamiento es entonces aproximadamente así: Doctor, usted asegura que yo no tengo ningún animal, pero, en tal caso, la picazón tendrá que deberse a alguna otra causa. Y las pacientes que disimulan, intentan negar haber hablado alguna vez de animales, pero describen la comezón exactamente igual que antes. O sea que pareciera que los mismos pacientes pueden separar las molestias como tales y su interpretación de las mismas.
5) Parecería poco usual que se presenten sólo alucinaciones tactiles, sin otros síntomas psicóticos.
Quienquiera que sufra de sensaciones de piel semejantes, puede llegar a pensar que son ocasionadas por pequeños animales. Pero si está psíquicamente sano, no conserva ese concepto durante años, a pesar de todas las afirmaciones de los médicos y del entorno de los pacientes. Todas mis pacientes se encuentran en el período presenil. En las edades más avanzadas existe ya una predisposición fisiológica a sostener las ideas con terquedad y una disminuida afabilidad por las críticas. Existen algunos estados de enfermedad (ciertamente menos comunes) durante los cuales el extravío mental surge sólo en el período presenil, aunque el material para los extravíos haya sido accesible durante años. Me refiero a Verfolgungswahn der Schwerhörigen y Praeseniler Begnadigungswahn de Rubin. El factor externo (dureza de oído) seguido de confianza, pérdida de libertad seguida de anhelo de libertad, ha estado presente en esos pacientes durante décadas, antes de que los desvaríos mentales comenzaran a producirse en la período presenil. Evidentemente, se ha producido aquí cierta modificación de la personalidad, en relación con el período presenil. Es imposible determinar si esa alteración tiene como causa las modificaciones dentro del organismo, que acompañan al envejecimiento normal, o alteraciones por edad en grados inusuales, o bien un proceso de enfermedad más específico que comienza en la época presenil. En mis casos, considero que el período presenil es directa o indirectamente causal, tanto del factor externo (sensaciones en la piel), como del interno (predisposición a producir desvaríos mentales).
Se suponen como causas contribuyentes un intelecto débil y la falta de cultura, pero con seguridad no son necesarios. Los pacientes no son imbéciles, cuanto más algunos de ellos son algo débiles. Uno de los pacientes de Schwarz era la esposa de un rector y había engañado a su marido. Los pacientes carecen además de defectos en la visión, que pudieran explicar que los granos de arena y los pelos fuesen tomados como animales.
Si tratáramos de establecer un diagnóstico sobre el cuadro de esta enfermedad, no resultaría tan fácil. No ateniéndonos a la nomenclatura y llamándola insania presenil, se entiende. Pero esto equivale a tomarlo un poco a la ligera, pues la diferencia es clara con respecto de las psicosis preseniles comunes de tipo paranoico. No se tienen alucinaciones, manías de persecución, de alusión o de grandeza. Y me resulta insatisfactorio hablar de normas abortivas monosintomáticas. El alemán Schwarz, que describió cinco casos bajo el título Zirkumskripte Hypochondrien, los incluye en el grupo de enfermedades maníaco-depresivas. Se trataría de desviaciones mentales depresivas que permanecen durante una fase de hipomanía. En mis casos no hay ningún motivo que indique la veracidad de esta interpretación. Tampoco es conveniente, a pesar de ciertas similitudes, incluirlas entre las paranoicas, pues se carece, por ejemplo, de die Verruckung des Standpunktes gegenüber der Umwelt, y tampoco coinciden con la involución paranoica de Kleist. Los dermatólogos utilizan la designación fobia, que puede parecer admisible si la contemplamos superficialmente. Algunos de mis pacientes limpian sus casas, sacuden sus ropas de cama, se lavan el cabello, etcétera, con tanta minuciosidad que pueden competir con las víctimas de la misofobia (fobia a la suciedad). Pero mis pacientes carecen de la incertidumbre y la comprensión de la enfermedad: no temen tener animales, pues están convencidas de ello. Además, en sus caracteres no se detectan en absoluto síntomas de violencia o fobias. Y las verdaderas fobias suelen comenzar a edad más temprana en la vida.
Es casi superfluo mencionar que ningún cocainómano está incluido en mi material. En los casos de intoxicación por cocaína surgen síntomas similares, pero, puesto que no he visto ningún caso así, me abstengo de comparaciones.
O sea que aquí se encuentra un síntoma característico y bien delimitado (desvaríos mentales del contenido, aislados y de delineación no barroca; parásitos de la piel; aparición en mujeres preseniles). Este síndrome puede, con esfuerzo, incluirse bajo alguna rúbrica de diagnóstico aceptada. No vale la pena discutir si se trata de una enfermedad independiente. En tal caso se podría ampliar un poco los límites e incluir también algunos casos similares, con otros contenidos, en las desviaciones mentales. Por ejemplo el caso de Janet, 158 bis, una mujer de unos 58 años, que creía haber tragado dos alfileres.
Finalmente, en lo que se refiere a la terapia, tanto Strandberg (o mejor dicho un psiquiatra consultado por él) como Schwarz han intentado con el opio, independientemente el uno del otro. Por mi parte, he probado con opio sólo en un caso y el resultado fue que los animales se calmaron mucho, según manifestaciones del paciente. El luminal y el bromo prestan cierta utilidad. En mi único caso, en que se produjo cierta mejoría, ésta llegó en relación con el tratamiento de una hipertonía con afección cardíaca (digitalis, thlocalcin, luminal), pero de allí no se pueden extraer conclusiones precipitadas. Debe intentarse una terapia externa que apacigüe la picazón, lo cual puede brindar cierto alivio transitorio (según mi entender teórico, las molestias en la piel son verdaderas y de ninguna manera imaginarias). A veces puede resultar beneficioso el cambio de ambiente, pero debemos abstenernos de otros métodos sugestivos, muy bien intencionados pero poco efectivos, como curas de sarna, incineración de casas, etcétera.
K.A. Ekbom