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ALCMEON 16

Estrés y perfiles de personalidad

Oscar E. Slipak


Sumario
Las reacciones de los distintos individuos frente a los diferentes estresores que los pueden afectar están en cierto modo condicionadas por sus perfiles de personalidad. No todos los organismos responderán del mismo modo, teniendo en cuenta que gran parte de las respuestas al estrés dependen de factores psicológicos, y sobre todo, no todos desarrollarán las mismas enfermedades de adaptación ante la persistencia de las condiciones de estrés. En el presente trabajo se analiza esa relación.

Introducción
No es sencillo, en pocas líneas, esbozar el complejo mecanismo psiconeuroendocrinológico que comprende no ya el síndrome sino el sistema general de adaptación y su fracaso en la adaptación al medio y sus estresores como fuente generadora de distress.
La respuesta física, psíquica y biológica al estrés, con sus alteraciones en el equilibrio bioquímico y metabólico de nuestro organismo cuando llegan a la etapa de agotamiento, nos plantean la ubicación del distress en la puerta de entrada de la medicina psicosomática. Este agotamiento (tercera etapa del estrés) lleva invariablemente a provocar, en primer lugar, trastornos funcionales, y luego las enfermedades de adaptación.

Algunas precisiones terminológicas
Estrés deriva del latín “stringere”, que significa “provocar tensión”. Esta palabra se utilizó por primera vez en el siglo XIV y a partir de entonces se empleó en diferentes textos en inglés, como “stress”, “stresse”, “strest” y “streisse”.
Se ha definido históricamente el stress (tensión) (estrés en castellano) por Selye (1936) como la “respuesta específica (del organismo) a toda demanda que se le haga”; por la OMS como “el conjunto de reacciones fisiológicas que prepara al organismo para la acción”, o por Lazarus como “el resultado de la relación entre el individuo y el entorno, evaluado por aquel como amenazante, que desborda sus recursos y pone en peligro su bienestar”.
En 1939 Cannon adopta el término stress, y se refiere a los “niveles críticos del estrés”, a los cuales define como aquellos que podrían provocar un debilitamiento de los mecanismos homeostáticos.
Mencionamos antes la breve definición de Selye: “es la respuesta no específica (del organismo) a toda demanda que se le haga”; dicho con mucha simpleza, esto indica la interacción del organismo con el medio ambiente, ya sea éste otro organismo o el medio en que nos desenvolvemos, lo que podría llevarnos a definir al estrés según:
1) El estímulo;
2) La respuesta o
3) El concepto estímulo-respuesta.
Así tenemos que:
1) Estrés es la fuerza o el estímulo que actúa sobre el individuo y que da lugar a una respuesta de tensión.
2) Estrés es la respuesta fisiológica o psicológica que manifiesta un individuo ante un estresor ambiental.
3) Estrés es una consecuencia de la interacción de los estímulos ambientales y la respuesta idiosincrásica del individuo.
Desde ya que adhiriendo a este último concepto podemos ampliar la breve definición de estrés mencionada anteriormente diciendo que cualquier demanda, sea física, psicológica, externa o interna, buena o mala, provoca una respuesta biológica del organismo idéntica y estereotipada.

La respuesta biológica
La respuesta biológica a las demandas lleva a cambios hormonales cuantificables por datos de laboratorio y por las modificaciones que estas secreciones provocan sobre nuestro organismo, responsables de nuestras reacciones ante el estrés, ya sean funcionales u orgánicas.
Si estos cambios se hacen en armonía, es decir, si las respuestas son adecuadas al estímulo o, para explicarlo de otra manera, si están adaptadas a las normas fisiológicas del sujeto, se habla de “eustress” o “buen estrés”, indispensable para el desarrollo, el funcionamiento del organismo y la adaptación al medio.
Si las demandas del medio son excesivas, intensas y/o prolongadas, aun siendo agradables, y superan la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, llegamos al “distress” o “mal estrés”.
Hoy nos planteamos además el estrés de la civilización, un estrés al que podríamos llamar “atribucional”, emocional, donde los órganos de percepción externa y la interpretación de los estímulos, las dudas, angustias y conflictos de nuestro inconsciente provocan igualmente la puesta en marcha del eje hipotalámico-médulo-adrenal o córtico-adrenal y el complejo sistema de neurotransmisión a nivel del Sistema Nervioso Central (SNC).
Así, las vías autonómicas y neuroendócrinas, con la liberación de catecolaminas y/o glucocorticoides, como respuestas rápidas y/o lentas a los factores multicausales del estrés, o distrés, irán preparando bioquímica y metabólicamente al organismo sobre su real o subjetiva peligrosidad. No haremos mayores consideraciones sobre vías, acciones metabólicas de las hormonas que intervienen, factores multicausales, herencia y/o adicciones. Sí, en cambio, marcamos con énfasis que el estrés emocional y/o psicológico que día a día nos acompaña en nuestra actividad laboral o social no permite que se realice el gasto energético necesario, producto de la activación de las vías mencionadas.
Un examen, un informe laboral, una cita, un éxito inesperado o una frustración real o aparente por expectativas exageradas, pueden provocar cambios cardiovasculares, musculares, energéticos, plaquetarios, inmunológicos, y preparar el organismo para la lucha, la que no siempre se produce, generando permanentes cambios funcionales en nuestros órganos, con una energía que no se consume y que irá provocando, si el estrés es intenso y agudo, claudicación de órganos, de acuerdo con la labilidad particular del individuo o el tipo de personalidad.
La personalidad de un sujeto reaccionando crónicamente con una determinada vía de activación y/o un órgano considerado lábil por características hereditarias o elegido como descarga de conflictos emocionales no resueltos y su vulnerabilidad, serán finalmente los factores que determinarán su patología futura.

Fisiología del estrés
El mecanismo y la fisiología del estrés son en sí mismos complejos, ya que además de las estructuras del organismo involucradas en las respuestas autonómicas y neuroendócrinas, la respuesta es variable de acuerdo con la cognición o el procesamiento que el sujeto realice de la información sensorial desde su psiquismo y de ahí la activación generada.
A modo de síntesis se podría mencionar una vía de respuesta rápida, inmediata, que se produce en segundos, como primera reacción al estresor, previa cognición, facilitando la respuesta de lucha o huida para mantener en equilibrio el medio interno. Esta respuesta es la activación del sistema simpático adrenal.
Cuando llega la información al hipotálamo, habiéndose realizado ya los procesos cognitivos que fueron atribuidos o evaluados como peligrosos, esa primaria y veloz respuesta provocará la liberación, a partir del hipotálamo y por vía simpática, de catecolaminas.
La segunda respuesta, más tardía, pero lenta y continua, es la llamada activación neuroendócrina o vía corticoadrenal, que se expresa por la secreción de corticoides.
La vía neuroendócrina se activa a partir del hipotálamo, después de haber recibido las informaciones sobre el estresor, y libera un polipéptido llamado CRF o Factor Liberador de Corticotropina, que activando el lóbulo anterior de la hipófisis provoca la liberación de adrenocorticotropina, estimulando en la corteza de las glándulas suprarrenales liberación de cortisona, hidrocortisona y corticosterona. También se estimula la liberación de mineralcorticoides, como desoxycorticosterona y aldosterona.

Estrés y patrones de conducta
Los factores causantes de estrés serán iguales para todos los individuos, pero la vía elegida (autonómica o neuroendócrina) y la forma de reaccionar previa cognición, estará ligada al grado de vulnerabilidad del sujeto y a su perfil psicológico.
Con respecto al perfil psicológico (A, B y C), los individuos con patrón de conducta tipo A tienden a reaccionar con la vía autonómica, es decir, por la activación del sistema simpático adrenal, mientras que aquellos que funcionan con la vía neuroendócrina corresponden a los sujetos con patrón de conducta tipo C.
Observaciones de Price (1982) llevaron a definirlo como las predisposiciones de determinados sujetos en cuanto a sus actitudes y el modo de afrontar situaciones condicionadas por la escala de valores en uso en una sociedad determinada. Así, el patrón de conducta de un sujeto reúne rasgos de personalidad, actitudes, creencias, conducta manifiesta y una determinada activación psicofisiológica (Cuadro 1).
El esquema del Cuadro 1 plantea la relación entre las zonas activadas y su relación con la neurotransmisión noradrenérgica y serotoninérgica junto con la reacción del individuo y su conducta ante el estresor.
Los sujetos a los que se los denomina A corresponden a perfiles psicológicos donde predomina una respuesta excesiva. Exhiben hiperactividad, irritabilidad, son ambiciosos, agresivos, hostiles, impulsivos, impacientes crónicos, tensos y competitivos, ya sea con su medio ambiente como con ellos mismos, y sus relaciones interpersonales son problemáticas y con tendencia a la dominancia.
Podemos mencionar entonces que los sujetos con patrón de conducta tipo A, con respuesta autonómica al estrés, poseen mayor predisposición a padecer patologías cardiovasculares por la activación de las catecolaminas. A su vez tienen con frecuencia elevado el colesterol LDL y disminuido el colesterol HDL y acumulan asimismo otros factores de riesgo, como obesidad, nicotinismo e hipertensión.
El patrón de conducta tipo C se presenta en sujetos introvertidos, obsesivos, que interiorizan su respuesta al estrés, pasivos, resignados y apacibles, extremadamente cooperadores, sumisos y conformistas, siempre controlando las expresiones de hostilidad y deseosos de aprobación social.
Por otra parte, los individuos con patrón de conducta tipo C tienen estadísticamente mayor predisposición a reumas, infecciones, alergias, afecciones dermatológicas variadas e incluso cáncer, este último asociado a la inhibición inmunitaria de la que padecen en general estos sujetos.
Los sujetos con patrón de conducta tipo B son en general tranquilos, confiados, relajados, abiertos a las emociones, incluidas las hostiles.
Es evidente la participación de los mecanismos adaptativos del estrés y su fracaso, como elementos provocadores y desencadenantes de procesos neuróticos y depresivos.
Si recordamos los síntomas somáticos de la angustia veremos la importancia de los sistemas o vías de activación autonómica y neuroendócrina en la generación de los mismos y los trastornos de angustia según el DSM-III-R (Cuadros (2) y (3)).
En el plano bioquímico y endócrino la angustia se acompaña de elevados niveles de cortisol proveniente de la corteza suprarrenal y también de noradrenalina, que se produce principalmente en las terminaciones nerviosas o sinapsis de los nervios alfa-adrenérgicos.
Es muy difícil reflejar en pocas líneas todas las implicaciones biológicas del estrés.
Si el estrés se define como una cognición de amenaza que activa al organismo por encima de sus recursos adaptativos, entonces el estrés es un estado antihomeostático que fuerza parámetros biológicos a un alto costo energético.
Son muchas las enfermedades psicosomáticas producidas por el estrés o desencadenadas o agraviadas por él. Hemos mencionado algunas, pero es indudable que analizando la acción de las hormonas y estructuras involucradas, podemos inferir su acción sobre enfermedades digestivas (como úlceras, diarreas y estreñimiento), nutricionales y metabólicas, trastornos articulares y musculares, sexuales y ginecológicos, etcétera, y por supuesto, como agente provocador y desencadenante de trastornos psíquicos, hasta llegar a la depresión.
Es indudable que el conocimiento de la biología cerebral no ha llegado aún a desarrollarse totalmente. Los próximos años serán, mediante los avances tecnológicos, esclarecedores en cuanto a la neurobiología y la posibilidad de encontrar explicaciones concretas a diferentes marcos conceptuales de las manifestaciones psicológicas del individuo.
El estrés es hoy un acompañante privilegiado de nuestra existencia. La correcta utilización de sus mecanismos y el conocimiento de nuestra personalidad podrán llevarnos a la prevención de enfermedades psicosomáticas y somatopsíquicas.

Bibliografía
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