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Año VIII - Vol 6 - Nº 1 - Junio 1997
ALCMEON 21
El Pensamiento Psiquiátrico de Juan José López Ibor, el Psiquiatra
de Habla Hispana de más Notoriedad en el siglo XXDr. Ronaldo Ucha Udabe
El profesor Juan José López Ibor, ex presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría y Profesor Titular de las Cátedras de Psicología Médica y de Psiquiatría de la Universidad de Madrid, ha sido a su vez miembro de varias Academias de Medicina de todo el mundo y de Latinoamérica, entre ellas de la nuestra. No obstante su obra no se conoce en términos generales de manera profunda entre nosotros, a diferencia de lo que ocurre en el resto de América y Europa, donde es consulta habitual de todos los grandes psiquiatras del Continente. Varios factores pueden haber contribuido a ello en su momento, por ejemplo su formación en la Escuela Psiquiátrica Alemana, con maestros como Kurt Schneider y Ludo Van Bogaert, de quienes heredó un tipo de disciplina que nos pudo colocar a nosotros, muy volcados al psicoanálisis durante muchas décadas, en una actitud no receptiva hacia su obra.
Lo cierto es que López Ibor reúne la claridad cartesiana de la clásica Clínica Psiquiátrica, una cultura humanística excepcional y una amplitud y capacidad de integración que es lo que ha hecho que haya ocupado el más alto cargo dentro de la psiquiatría mundial y se constituya en uno de los psiquiatras de mayor notoriedad del siglo XX. Un simple ensayo de su juventud La agonía del psicoanálisis fue otro factor importante. Este libro, cuya traducción a otros idiomas es Lo vivo y lo muerto en el psicoanálisis impactó entre nosotros por un error sobre el significado castellano de la palabra agonía que López Ibor usa como Miguel de Unamuno. Agonía quiere decir lucha. "Agoniza el que vive luchando, no sólo contra la muerte, sino contra la vida misma", dice Unamuno.
Hay sin embargo que reconocer que López Ibor a veces es difícil de seguir y de penetrar en su esencia. En parte como consecuencia de su enfocar los problemas siempre en forma multilateral, diafenomenal, pero en parte también a que nuestro castellano se ha ido empobreciendo mucho, lo que nos hace sentir como excesivamente frondoso todo lo escrito en España, no sólo por López Ibor sino también por Jiménez Díaz o Marañón, en su momento, e incluso por filósofos de la calidad superlativa e indiscutible de Ortega y Gasset, Unamuno o Julián Marías. Y es así como son mucho mejor conocidos estos autores a través de sus traducciones, especialmente al francés y al alemán que en la lectura directa del castellano como lo hacemos en América Latina. Recuerdo ahora el comentario de un compañero de estudios en París que al oírme hablar con mucho entusiasmo sobre Heiddegger, me preguntó si no sabía que Ortega y Gasset se había planteado a la vida como objeto metafísico fundamental de la Filosofía y la necesidad de una nueva lógica para ello, en 1914 en sus Meditaciones del Quijote, o sea más de diez años antes de la publicación del famoso libro de Heiddegger El ser y el Tiempo. Además ciertos términos como proyección, introyección, desplazamiento o catalepsia, pareidolias, interceptación, etcétera, no necesitan aclaración entre nosotros, no ocurriendo lo mismo con la terminología usada a diario por López Ibor, traducción al castellano de la cultura de la humanidad entera. De aquí la dificultad de resumir ciertos de sus conceptos básicos. Y pienso que una manera de acercarnos a las conclusiones de López Ibor sobre las neurosis, es el estudio que hace sobre los hechos físicos y psíquicos, su relación y diferencias. Y así hace notar que los primeros se pueden medir y los segundos no; por ejemplo, se puede medir el trabajo del corazón pero no se puede medir la intensidad de una tristeza. Con este propósito se desarrolló la psicofísica, que dio lugar luego a la psicología experimental. Pero aun aceptando la ley de Webber Fechner, que dice que la sensación viene a ser el logaritmo del estímulo, no toda la vida psíquica es sensaciones.
Si se admite que los fenómenos físicos y psíquicos emanan de sustancias distintas, pueden ser relacionados mediante dos posibilidades:
1) La del paralelismo, o sea que serían correlativas y
2) La de la acción recíproca, en que habría una serie de fenómenos físicos y psíquicos que se influyen mutuamente. Por ejemplo: pienso que voy a mover el brazo y lo muevo. Pero resulta que la ciencia física está sometida al principio de la conservación de la energía. ¿Y qué pasa cuando intentamos con esta hipótesis un fenómeno psíquico? Supongamos que estoy leyendo estas líneas a un grupo de personas y bruscamente dejo de hacerlo; esto varía las condiciones energéticas de cada una de ellas. Para armonizar esta tesis surgieron las teorías de Leibniz de la armonía preestablecida por Dios, lo que nos lleva a un terreno metafísico y con ello a la desaparición de la libertad humana. Aparece entonces la tesis del monismo neutro de Espinosa en que se trataría de una sola sustancia que variaría de acuerdo al lado que se mire. Goldstein es el neurólogo que más tiene en cuenta esta teoría. Pero, ¿qué clase de sustancia sería entonces ésta, que es física y es psíquica? ¿De qué sustancia estaría hecho el hombre? Cabría la tesis aristotélica de que el cuerpo y la psiquis son como la materia y la forma; la unión entre ambas sería como luego establece la tesis tomista, sustancial. Un síntoma estaría en la psiquis y en el cuerpo, formando una unión sustancial específica, lo que nos hace desembocar también en el plano metafísico, mientras que nosotros tratamos de mantenernos en el estrictamente médico. Otra forma es la de pensar que los fenómenos se pueden suplir como lo establece von Waisaeker, con comprobaciones clínicas y experimentos psicofísicos; y así se comprueba clínicamente que cesa una arritmia y aparece una fase depresiva, así como con los segundos se observa que las alteraciones del espacio pueden percibirse como alteraciones del tiempo, o sea que la capacidad de percibir la velocidad de un objeto sacrifica el espacio; tenemos por ejemplo entre la percepción y la motilidad que para tomar un objeto cualquiera nos valemos de las percepciones táctiles y de la motilidad, y esto es lo que constituye la estructura fundamental del acto biológico.
López Ibor se inclina por la tesis de la unión sustancial, que enunciada en el plano puramente médico llama "Principio de la analogía de las estructuras". La idea platónica del soma cual sepultura o cárcel del alma está implícita en la expresión de Carbonell, discípulo de López Ibor, cuando hace notar que éste afirma que nuestro cuerpo nos tiene, completando la frase de Gabriel Marcel "somos nuestro cuerpo y tenemos nuestro cuerpo". Esto se diferencia de la teoría postulada por la Escuela de la Forma, que dice que hay una identidad absoluta. Estos comentarios creo nos pueden facilitar algo la comprensión de las teorías de López Ibor dentro de la psiquiatría.
Vemos que desde su juventud se interesó siempre por el origen de la angustia, a la que considera como Freud el núcleo de las neurosis. En 1950 publica su libro La angustia vital, donde trataba de aislar un nuevo tipo clínico que llamó "timopatía ansiosa". Aquí considera que las auténticas neurosis de angustia o ansiedad son las puramente psicógenas, mientras reserva el nombre de timopatía a los cuadros de origen endógeno, incluyéndolos en el círculo que Bunke llama pícnico-timopático, o sea de la psicosis maníaco-depresiva. Se refiere a los cuadros clínicos en que la ansiedad ocupa el primer plano de la sintomatología, siendo autónoma y teniendo un curso fásico, si bien puede haber excepciones, como hay manías crónicas y depresiones rígidas. Eligió la palabra timopática por su etimología, pues significa enfermedad de la timopsique, es decir de la psiquis afectiva, que sabemos es considerada por los clásicos como el estrato intermedio de la personalidad, por debajo de la neopsique, que comprende la vida intelectiva y volitiva superior, y por encima de la somatopsique tales como los instintos.
La angustia puede cristalizar en síntomas:
1) Psíquicos, como fobias a las que enlaza con las obsesiones sin tener en cuenta la delimitación que hace Freud, el "deja vu" y otros síntomas de despersonalización, las dificultades en la concentración y fatiga intelectual, trastorno de la memoria, distimias, acedia (depresiones mitigadas donde predomina la anestesia de los sentimientos);
2) Neurológicos, como el vértigo timopático, ligado o no a una circunstancia especial, la inquietud muscular o acaticia, las alteraciones del esquema corporal, donde son muy frecuentes las parestesias, especialmente en manos y pies y en forma de prurito en el recto, los escalofríos y estremecimientos súbitos, las algias, que llama timopatías, vagas, difusas gravativas, acompañadas de una sensación de desconfort, siendo típicas las cefaleas, el algia subescapular, la braquialgia y la ciática, teniendo a veces un carácter difuso en forma de inquietud dolorosa con tendencia al lado izquierdo que considera el lado pático de la persona; también alteraciones sensoriales especialmente visuales e hipersensibilidad extendida a otros sentidos, tics generalmente conectados con obsesiones, temblores, alteración de los reflejos, estigmatización vegetativa, siendo muy común la mano fría y sudorosa;
3) Viscerales, especialmente refiriéndose a los circulatorios vesicales, impotencia y otros trastornos de la función sexual, y síntomas cutáneos. Considera que apenas hay enfermos que no presenten síntomas de los tres grupos en más o menos grados, pues el enfermo sólo relata los más llamativos para su subjetividad, como expresión del trastorno fundamental que es la ansiedad. Las equivalencias entre los síntomas nos lo da el hecho que éstos cambian generalmente en las distintas fases. Hay fases que escapan al médico, otras que se encronizan, ocurriendo como en la psicosis maníaco-depresiva en que las formas aparentemente más mitigadas toman un curso más crónico.
Pero poco después de publicada La angustia vital se dio cuenta que el problema era más profundo y las perspectivas distintas. Y siguió observando en su clínica particular y en la Policlínica del Hospital Provincial y de la Cátedra de Psiquiatría en el Hospital de San Carlos, con ayuda de sus colaboradores entre quienes tuve la suerte de incluirme, tratando no ya de aislar dentro del grupo de las neurosis, un pequeño grupo, los "timópatas", con perfiles y estructuras distintas de las que ofrecían los neuróticos, sino averiguando si las ideas vigentes sobre las neurosis, consideradas puramente como enfermedades psicodinámicas, psicogenéticas o conflictuales estaban de acuerdo con la realidad clínica.
Y llegó al conocimiento que en toda esta concepción de las neurosis se ha realizado una gran hipóstasis (en el sentido de Kant, que es aceptar como realidad existente lo que sólo existe en el pensamiento, convirtiendo los pensamientos en cosas reales), y que es necesario introducir en su consideración una nueva perspectiva. Es importante tener presente que López Ibor insiste que la medicina no podrá ser nunca una ciencia ni remotamente exacta como lo pretenden los dogmáticos de una u otra escuela, que ingenuamente creen encontrar un cuerpo de doctrina acabado y cerrado, olvidando que la inexactitud de la medicina está en relación a la realidad del hombre, imposible de ser abarcada en su totalidad, por ser una realidad abierta y palpitante. Por eso López Ibor sabe concientemente lo relativo de sus teorías, pues la vida, dice, escapa a las clasificaciones; pero por otro lado la ciencia necesita clasificar; o sea que sumergirse en los cursos individuales renunciando a reconocer los elementos o escrituras que tengan comunes, es renunciar a la ciencia, pero contentarse en conocer los casos clínicos tal como se hallan descriptos en los libros tratando de clasificarlos con un único propósito nosológico es renunciar a la comprensión vital de cada caso. Teniendo presente ambas posiciones se logra la psiquiatría que no está en los libros y que nunca estará; sólo está, insiste, en la médula de los verdaderos psiquiatras, por lo que considera tan importante la formación científica en el contacto directo con los grandes maestros.
Debemos recordar que históricamente ha habido tres formas fundamentales de concebir las neurosis:
1) Como una disfunción nerviosa, tesis que enlaza toda la patología funcional y ciertas concepciones de la actual patología psicosomática;
2) Como una enfermedad de la imaginación como lo suponían Bernhein y Charcot, acentuándose cada vez más la actividad propia del enfermo, no la sugestión, llegando así con Babinsky casi al extremo de creer en la simulación;
3) La neurosis es un fracaso ante un conflicto; el análisis del conflicto interno nos lleva a la dinámica de la personalidad y el del conflicto externo al estudio de la influencia de la situación humana y social sobre el enfermo, lo que permite la concepción de las neurosis como problema existencial.
López Ibor cree que cada una de estas tesis tiene una adarme de verdad; la investigación en los últimos años se ha lanzado sobre todo por la tercera de estas vías. Por su parte, la introducción de sus teorías de las neurosis como enfermedad del ánimo (timopatías) supone una revalorización de las primeras. En base a esto sigue respetando las denominaciones clásicas (neurosis de angustia, histeria, fobia y obsesiones, depresión neurótica y trastornos psicosomáticos), pero creyendo que es simplemente una gradación del espectro sintomatológico, siendo el color más brillante el que hace denominar el cuadro. Considera que en toda neurosis hay un conflicto intrapsíquico; la psiquiatría académica trató por años de marcar el factor constitucional mientras que el psicoanálisis la vio como consecuencia de la historia del enfermo; y así como los primeros llegan a no ver las verdaderas enfermedades, los segundos convierten al psiquiatra en el mago de las enfermedades, si se llega a los extremos del Congreso de Higiene Mental de Londres de 1948, que trató de resolver los grandes conflictos humanos por la psicoterapia del instinto de agresión. "Ingenuidad" lo llamó López Ibor.
Para él el factor patógeno está en el modo de elaborar el trauma, en el "metabolema". En la estratificación de la vida emocional que estableció Max Scheller, es la segunda capa de abajo hacia arriba, la de los sentimientos vitales. Bienestar o malestar, vértigo, angustia, son sentimientos globales que se perciben de un modo instintivo y primario, expresando nuestro modo de estar en el mundo en cuanto a que estamos ligados por nuestra corporalidad, siendo el más radical de estos sentimientos la angustia, que aparece luego en la clínica ya sea como fobias, obsesiones, síntomas histéricos, trastornos psicosomáticos y toda la serie que vimos cuando nos referíamos a la timopatía ansiosa; y así mantiene que las neurosis no son fundamentalmente conflictos instintivos, sino estados de ánimo patológicos; la angustia no depende de un trastorno de la líbido, sino al revés, el conflicto instintivo es tal porque previamente es estado angustioso.
Se opone a la tendencia de algunos autores de localizar estos sentimientos de la vitalidad (gana-hambre-cansancio-sensación de frescura, así como sus efectos: alegría-tristeza, etcétera) en ciertos centros mesencefálicos exclusivamente. Si bien los en su momento estudios electroencefalográficos permitieron suponer que la sustancia reticular intratalámica y el diencéfalo en general actúan como central dinamógena (especialmente los estudios de Magoum, Jaspers, Moruzzi, Penfield, Bonvallet y otros), lo que confirma las experiencias clínicas de Ranson y otros americanos, así como las de Hess y las del español Rodríguez Delgado con sus conocidas experiencias de implantación de electrodos en cerebros humanos, que permitió unir a las observaciones externas las experiencias subjetivas de las emociones, López Ibor cree que tratar de localizar la vitalidad, que es la unión entre lo psíquico y lo somático, en un centro, es como cuando se trataba de localizar las funciones psíquicas en lugares precisos de la corteza; estos centros diencefálicos actuarían como reguladores del tono vital, lo que Ewald llama biotono, pero cree que el estado de ánimo o vitalidad es una totalidad en que intervienen todas las células del organismo, o sea que una célula hepática por ejemplo posee su vitalidad propia como una célula nerviosa.
Comparando sus teorías con las psicoanalíticas, donde se encuentran mayores puntos de contacto es en los estudios sobre psicología del yo, especialmente en ciertos escritos de Alexander ("Every person has his own integrative capacity"), y en los últimos trabajos de Hartman, para quien el yo es un órgano específico que posee el hombre para su adaptación. El mismo Freud en uno de sus últimos trabajos "El análisis terminable e interminable" se acerca a esa línea al decir que los mecanismos de defensa del yo se hallan hereditariamente determinados y que las líneas de desarrollo y las tendencias del yo pueden estar prefiguradas aun antes que el yo se desarrolle. Si hablamos, dice Freud, de una herencia arcaica, pensamos habitualmente en el ello, ya que aceptamos que el yo no existía todavía en el comienzo de la vida, pero no debemos dejar pasar desapercibido el hecho de que el Yo y el Ello son primariamente uno, y que no supone ninguna exageración mítica de la herencia el hecho de que en el yo todavía no existente aparecen ya líneas de desarrollo, tendencias y reacciones que sólo más tarde serán transparentes. En el trabajo de 1939, no concluido, emplea por primera vez Freud la expresión "yo-ello" indiferenciado.
Estas ideas son las que han dado pie a Hartman para sus nuevas formulaciones a las que tanta importancia da López Ibor dentro de los trabajos psicoanalíticos, resistiéndose algunos a separarse de la concepción clásica de que el ello es más viejo que el yo y aceptar esta formulación que equipara ambos centros funcionales o instancias psíquicas ya enunciadas por el mismo Freud. El yo es el que ha tomado, según propias palabras de Freud, el trabajo de la conservación del ser, trabajo que parecía descuidar el ello. Y así Hartman ve el desarrollo del yo como resultante de tres factores:
1) Las características congénitas;
2) El influjo de los impulsos primarios y
3) El influjo de la realidad exterior, estableciendo así una especie de economía del yo de tal suerte que en su desarrollo, la madurez psíquica va de la mano con la madurez fisiológica.
No hay que olvidar, además, que uno de los primeros trabajos destinados a estudiar el esquema corporal fue el del famoso psicoanalista vienés Schillder; integrándose de esta manera en el yo, el yo corporal, que tanta importancia tiene para López Ibor en las neurosis. El propio Freud había dicho que el yo tiene unas ciertas energías que tienen que ser distinguidas de los impulsos primarios del ello. De allí que la interpretación de los síntomas con la finalidad de hacerlos desaparecer no tienen en la práctica el resultado que debía esperarse, y eso es lo que los estudios de Hartman y otros estudiosos de la psicología del yo tratan de solucionar a través de lo que llaman la función sintética o integradora del yo.
Pero para López Ibor esto no basta. Basándose en los trabajos al respecto de Descartes hasta Husserl en busca de lograr la mayor pureza en esa experiencia del yo, se concluye que éste se confunde en su actividad con la actividad misma de la vida humana, o sea que es algo primario, compacto, global. En resumen, en lo que el psicoanálisis falla para López Ibor es en la interpretación de la génesis de la angustia.
A grandes rasgos todas las escuelas actuales están de acuerdo en que la angustia es una amenaza de la desintegración, o en otros términos de la nada.
López Ibor diferencia la angustia creadora, en que la nada se vive como anticipación (sólo el "man" de Heiddegger no se angustia) (demasiado poco se angustia el hombre), de la angustia neurótica que es una amenaza de la nada en el presente, y que se siente como amenaza de ruptura del yo; y ésta estaría en relación con la dislocación de la unidad cuerpo, psique.
Desde el punto de vista terapéutico sigue la conducta concordante con sus teorías: es necesario abordar ambos frentes, el somático y el psicológico. Pensando que la angustia es fisiodinámica, los psicofármacos (distintos antidepresivos y ansiolíticos) son usados, diciendo López Ibor que es él quien así se alinea a Freud, que pronosticaba el tratamiento químico de las neurosis; pero cree, en su momento (década del 50), que es necesario agregar en la mayor parte de los casos los choques neurovegetativos, siendo el primero que comenzó a usar la acetilcolina en el tratamiento de las neurosis. Se basa en la idea del disbalance simpático-parasimpático que introdujeran Eppinger y Hess, y las teorías de la estigmatización de von Bergman. Inyecta cloruro de acetilcolina hasta una dosis máxima de 200 mg, reaccionando los enfermos con cierta dificultad respiratoria, tos y bradicardia; la dosis se aumenta progresivamente aplicándose en días sucesivos y luego alternos hasta un máximo de cuarenta, pero el autor espera poder sustituirla pronto por alguna sustancia más eficaz y menos molesta en su empleo. También espera próximos adelantos en la psicofarmacología, a la que ve grandes perspectivas. Piensa que es absurdo el considerar que ambas (psicoterapia y farmacoterapia) son tratamientos etiológicos, pues hace notar que en medicina sólo es etiología la medicación para las enfermedades que vienen de afuera, como las intoxicaciones o las infecciones; y así como la insulina no es una terapéutica etiológica para la diabetes, tampoco lo son los psicofármacos ni la psicoterapia para las neurosis. Esta última la considera fundamental, teniendo en cuenta para su aplicación las características personales y sociales del enfermo, pero nunca pensando que con ellas hace terapéutica etiológica como creen hacer los psicoanalistas. Contra lo que la mayoría supone, no se adhiere a la psicoterapia existencial al estilo Binswanger y otros, pese a su formación filosófica, pues no piensa que la angustia del neurótico como enfermo sea existencial; prefiere en todo caso hablar de psicoterapia antropológica, ya que con este término está reconociendo la verdadera textura del hombre como ser humano. Considera que toda buena relación médico-paciente es transferencial, y en ella deben darse un ensamblaje entre la psicoterapia y la farmacoterapia; esta última facilita la transferencia, siendo necesario el análisis de la medicación para que no haga de pantalla entre el enfermo y el médico, aunque a veces incluso es conveniente usarla cuando, como dice Pichot, el enfermo está en una actitud de respuesta a la acción del médico, cuando la identificación entre el médico y enfermo aparece, como dice Jung, como imagen mágica en el inconsciente. Define la relación transferencial no en relación a los recuerdos infantiles del sujeto, sino en cuanto sea capaz de ser una comunicación interpersonal por el canal de la angustia. La relación médico-paciente se fortalece en la medida que con la ayuda de la medicación disminuye la angustia, persistiendo el elemento humano (el médico) en la medida que ha sabido encontrar la llave de la situación.
La función del médico podría sintetizarse para López Ibor en saber absorber la angustia del enfermo en las fases más agudas y dirigirse a la psicología del yo y a su proyecto de vida en los momentos oportunos; esto lo notó ya Frieda From Reichman en el tratamiento de psicóticos. Interrogado con respecto al gran desarrollo del psicoanálisis en Argentina y Estados Unidos principalmente, está de acuerdo con las palabras del psicoanalista van de Leen, que en el Congreso Psicoanalítico de Edimburgo se refirió al hecho que en Europa el psicoanálisis no era como en América, ningún camino para la adquisición de una gran posición social, ninguna posibilidad de enriquecerse. Con respecto a la personalidad del psicoterapeuta, coincide con este autor que si el candidato tiene el sentimiento de no tener problemas personales y sólo desea el análisis como profesión debe ser rechazado, cometiéndose los mayores errores cuando se tropieza con los llamados "hombres normales", aparentemente capaces de adaptación y de contacto, con éxito en su profesión, sexualmente potentes, etcétera, pero que vistos de cerca se observa tras esa fachada un estado crónico despersonalizado con un hambre de excitaciones que los lleva a identificarse con diversas personalidades, sin desarrollar una verdadera autonomía de los sentimientos; Waelder, luego de nombrar algunas condiciones de un futuro psicoterapeuta, concluye que si a éstas se agrega una chispa creadora entonces estamos ante un buen analista; Nacht es aun más tajante, diciendo que los factores de la curación son numerosos, pero lo más importante es la persona del analista, en tanto representa y encarna una actitud interna profunda en la situación analítica, esta actitud es el factor decisivo, mantiene Nacht, por lo que dice "yo he sostenido frecuentemente que importa más lo que el analista es que lo que el analista dice". López Ibor por su parte insiste en que debe exigirse lo que a todo buen médico desde Hipócrates hasta nuestros días; luego conocer a fondo clínica psiquiátrica. Sobre esto dice, necesita el psicoterapeuta conocimientos lo más profundos posibles sobre la dinámica normal y anormal del ser humano y experiencia personal de estos conocimientos. El análisis profundo de la situación que se plantea debe hacerse en pequeños grupos e individualmente si es necesario. El psicoterapeuta debe estar preparado no sólo para enfrentarse con los problemas derivados de la economía de la líbido, sino de los que surgen del fondo de la persona; el conocimiento de ella hay que lograrlo. Que haya gente más capaces que otras para penetrar en el hondón de la personalidad es evidente, también lo es que hay personas más capaces de absorber y metabolizar la angustia de los enfermos que otras. Lo peor que puede ocurrir es que una personalidad inmadura se crea psicoterapeuta por poseer unos ciertos arcanos técnicos; y una personalidad no madura (se refiere a la del psicoterapeuta) falla en su autonomía, que es la instancia creadora de responsabilidad. Es toda una disciplina, concluye, que hay que aprender en la clínica, pero también en el juego de la vida.
Quizás una acertada manera de acercarse al conocimiento de López Ibor como hombre y como psiquiatra sea el repetir aquí las últimas palabras de su discurso de apertura al Cuarto Congreso Mundial de Psiquiatría, en 1966, en que concluyó diciendo: "Señores, las neurosis y las psicosis son mitos individuales. Los pueblos tienen sus mitos. Nosotros, los españoles tenemos el nuestro en ese personaje singular, Don Quijote de la Mancha, que no ha tenido más existencia que la literaria, pero que realmente forma parte de la textura personal de todo español. Don Quijote fue un hidalgo manchego, pobre en bienes materiales, rico en ideales y en afán de combatir por ellos. Con el seso perdido transfiguró la realidad, como en el caso de Dulcinea, tan bellamente simbolizada en los sellos conmemorativos de este IV Congreso. Sobre Don Quijote han llovido los diagnósticos psiquiátricos; unos han hablado de paranoia, otros de esquizofrenia, etcétera. Pero «él» se ha mantenido rebelde a cualquier etiqueta nosológica. Algo hay en Don Quijote que quisiera subrayar. Era loco, pero al mismo tiempo cuerdo. No me refiero al hecho de que recobrase su razón al ir a morir, sino a que en plena locura resultaba prodigiosamente sensato. Ahí se ve la genialidad de Cervantes. No se trata de que don Quijote fuese loco y Sancho cuerdo, que uno fuese leptosomático y el otro pícnico, sino de que en cada uno de ellos había locura y cordura, aunque en dosis y modos desiguales. Esto es lo que al psiquiatra interesa, lo que el psiquiatra ve, la convivencia, el diálogo entre cordura y locura, entre razón e insensatez, entre las luces de la razón y los fantasmas de la sinrazón. No existe el loco absoluto. No existe el cuerdo absoluto. Así es el hombre que hace de la vida una aventura abierta entre el mundo de la realidad y el de la posibilidad. Por eso avanza, por eso el hombre es capaz de hacer historia.
Estáis en la tierra de don Quijote. Ese lugar de La Mancha donde vivía no está lejos de aquí. A través de mis palabras él os da la bienvenida. Que vuestros estudios e investigaciones, que vuestros diálogos y encuentros ayuden al mundo a lograr que esa convivencia entre la locura y la cordura sea cada vez más un diálogo de paz, en lugar de una monstruosa explosión de angustia y de incomprensión. Si comprendemos mejor a los enfermos, también los sanos debemos comprendernos mejor. Bienvenidos todos a la tierra de don Quijote".